De los árboles y los monstruos: la Naturaleza en J.R.R. Tolkien y Hayao Miyazaki

INTRODUCCIÓN

Para quien se haya acercado mínimamente a los libros del mago de las palabras serán probablemente conocidos la multitud de estudios y teorías que los perfilan en todo ámbito. La cantidad de paralelismos históricos, la relevancia alcanzada por mitologías como la nórdica, la germana e incluso la Clásica, sin olvidarnos del mensaje soterradamente cristiano de sus historias, resultan cruciales para terminar de configurar la red de intertextos de una obra mítica en todas sus acepciones.

El ecologismo tolkieniano es sin duda una de las grandes bases sobre las que se sustenta su universo y no es en absoluto desconocida su incidencia para los estudiosos. Aunque de diferentes formas, tanto Jane Chance como Matthew Dickerson, o Stratford Caldecott, han abordado estos temas, por lo que poco o nada podríamos dilucidar sobre la temática mediante una simple aportación más. Nuestro activo sería distinto, ya que pretendemos resaltar las semejanzas existentes entre Tolkien y otro de los grandes creadores del siglo XX: el cineasta y dibujante japonés Hayao Miyazaki.

Al menos en cuanto a la Naturaleza se refiere.

EL ECOLOGISMO EN TOLKIEN

 La Naturaleza en J.R.R. Tolkien y Hayao Miyazaki Tolkien
Desde el principio, la Naturaleza influyó en la obra de Tolkien.

Para comenzar a estudiar dichos parecidos debemos partir desde el profundo carácter ecologista de nuestro profesor de Oxford, un hombre que siempre estuvo traumatizado por cómo la industrialización arrasó las bellas campiñas de las midlands, lugar donde él creció, y que además le sirviera de contexto para desarrollar una pasión desbordante por la botánica y el conocimiento de los árboles. Al igual que sucede con casi la totalidad de sentimientos desarrollados durante la infancia, este entusiasmo por lo natural lo acompañaría durante toda su vida y en consecuencia se vería ampliamente plasmado en el corpus de la Tierra Media.

En la cabeza del lector rápidamente irrumpirá la figura del istari Radagast, pero el caso de los elfos, amantes de las cosas que crecen, y personajes más elevados del imaginario tolkieniano, nos va a resultar aún más útil. Los primeros hijos de Ilúvatar son seres cercanos a la divinidad, que comprenden el funcionamiento del mundo y lo respetan, puesto que forman parte de él. Este grado de imbricación con lo divino y lo ecológico les confiere el don de no enfermar y vivir por siempre gracias a la fuerza mágica que les inocula la tierra misma. De acuerdo con lo dicho se podría relacionar la longevidad de una raza en concreto con su virtud y buen trato hacia el entorno, algo que dejaría en mal lugar a los hombres. Veamos esta frase pronunciada por el Alto Elfo Elrond:

«…nunca jamás habrá otra alianza semejante entre elfos y hombres, pues los hombres se multiplican y los primeros nacidos disminuyen y las dos familias están separadas (…) desde ese día -sitio de Barad-dur- la raza de Númenor ha declinado…».

—La Comunidad del Anillo (Minotauro, Ed. 2002, p. 338).

«Aún más» deberíamos apostillar, ya que la degeneración de Númenor se arrastraría desde los incidentes narrados en el Akallabeth, verdadero inicio de la caída de los segundos hijos. Esta opinión se refrenda por el Señor de Rivendel en la versión cinematográfica:

«¿Hombres? Los hombres son débiles… su raza se desvirtúa. La sangre de Númenor está más que agotada. Su orgullo y dignidad harto olvidados. Por culpa de los hombres el Anillo aún pervive. Yo estuve allí, Gandalf. Estuve allí hace 3000 años… Cuando Isildur cogió el Anillo, yo estuve allí el día que el hombre fracasó…».

—La Comunidad del Anillo (Peter Jackson, 2001).

Así pues, la humanidad en sus inicios demostró albergar unos valores al menos equiparables a los élficos. Beren, los dúnedain, y sobre todo ciertas ramas como los beórnidas amaban y protegían la Naturaleza, pero a partir de cierto momento el hombre comenzó a marrar, obnubilado por el deseo de medrar a toda costa y olvidando el camino de sus antepasados. A lo largo de la Historia de The Middle Earth fueron muchos los ejemplos de esta depreciación; los mismos númenoreános talando indiscriminadamente los bosques de Eriador, y personajes tan relevantes como Los Nueve, Isildur, o Boromir, ansiando la capacidad antinatural de los anillos de poder. El propio Tolkien actuando de narrador omnisciente en La Comunidad del Anillo decía que los hobbits «eludían a los hombres», sugiriendo de alguna forma su peligrosidad y apuntaba que los medianos no usaban maquinaria alguna. De esta manera, si para nuestro autor La Comarca era una especie de locus amoenus, sus habitantes, los medianos, constituirían una metáfora elocuente de sociedad ideal. La ecuación cada vez parece más clara.

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De alguna forma, los hobbits representaban la candidez que Tolkien echaba de menos en las personas.

Quizá para compensar la falta de empatía que la humanidad le reservaba a la Tierra, Tolkien se preocupó de recordar que los árboles y los animales sentían como el resto de seres vivos, dotándolos en algunos casos de actitudes propias de las personas. Recordemos a Beorn, personaje tan respetuoso con el Medio que podía transformarse en oso, como si el hecho de cuidar y pertenecer a la Naturaleza le otorgara la capacidad de vivirla en un estadio primordial y más profundo que el resto de criaturas. Por su parte, los perros del cambiapieles podían caminar sobre sus cuartos traseros, así como las grandes Águilas de Arda o Huan, el poderoso perro de Valinor, tenían la capacidad de hablar. Ahora bien, el caso más llamativo lo constituyen los ents, pastores de bosques, y que representaban figuradamente el valor que nuestro inglés le reservaba a lo agreste, encarnándolo, y ofreciéndole a los «árboles» no sólo la capacidad de moverse y hablar, sino también una sensibilidad extrema. Veamos esta bella cita extraída de Las dos Torres:

«…los hobbits se durmieron con la música del dulce canto de Bregalad, que parecía lamentar en muchas lenguas la caída de los árboles que él había amado…».

—Las Dos Torres (Minotauro, Ed. 2002, p. 111)

A pesar de lo anterior, debemos percibir que este animismo radical, este entorno vívido, no es indefectiblemente amable, al menos en el sentido común del término, pues si bien lo natural se configura y parte desde lo benigno, se puede llegar a pervertir por las negligencias de las criaturas que viven en ese medio, adoptando una postura también perversa e incluso violenta en algunos casos: aquí hemos de recordar la actuación de los ents contra Isengard o el episodio del hombre-sauce.

La Naturaleza en J.R.R. Tolkien y Hayao Miyazaki Ira ents
La ira de los Ents, Alan Lee. A pesar de ser esencialmente benignos, los etns y ucornos destrozaron la grotesca fortaleza de Orthanc.

«Ninguno, sin embargo, era más peligroso que el Gran Sauce: tenía el corazón podrido, pero una fuerza todavía verde (…) el espíritu gríseo y sediento del sauce sacaba fuerzas de la tierra, extendiéndose como una red de raíces en el suelo y como dedos invisibles en el aire, hasta tener dominio sobre casi todos los árboles desde la Cerca hasta las Quebradas…».

—La Comunidad del Anillo (Minotauro, Ed. 2002, p. 157).

Es ahora cuando entramos de lleno en un punto clave, pues podemos imaginarnos claramente que en un mundo donde árboles antropomorfos caminan con pies terrenales, en un mundo donde los animales son capaces de hablar, la Naturaleza en su estado bruto o primordial está estrechamente relacionada con la magia, cuando no lo es directamente. Ahí están los árboles de Valinor, matrices y origen de toda energía dadora de vida, y cuya luz, incluso en levísimas proporciones, era capaz de conferir un poder sin parangón a objetos como los Silmarils. En este sentido es muy destacable que nos hallemos ante un universo crepuscular, al menos en cuanto a lo sobrenatural se refiere, algo que podemos observar en el tono ocre de Rivendel, otrora una de las grandes casas élficas de la Tierra Media, pero durante el desarrollo de la narración de ESDLA sin apenas poder para mantener el Anillo Único tras sus muros más allá del conocido Concilio.

La magia se acaba, y las criaturas de la Tierra Media cada vez son menos mágicas y viven menos. Ya vimos anteriormente cómo el caso de los segundos nacidos es flagrante. La Cuarta Edad será la suya, pero poco o nada queda de la nobleza de Númenor en los descendientes actuales, apenas unas gotas en el rey Aragorn, postrer hálito de esperanza para el mundo de los hombres. Los ents dejan de existir, se arbolizan, los elfos emigran a las tierras imperecederas y el universo queda por entero a nuestra disposición, con toda nuestra gama de virtudes y defectos, capaces de ceder ante la posibilidad de poder, o incluso de desarrollar una pasión febril por obtenerlo que repercute directamente en el entorno.

Si condensamos a una sola dicotomía todo lo anterior, quedan Saruman y Bárbol como representantes de los dos extremos, uno de la bondad invertida en vileza, defensor de la industria y de la maquinaria; y el otro del bosque y la multitud de cosas vivas que habitan en él. Todos sabemos que en la historia el mago blanco pierde, pero permanece su sombra alargada como hipérbole del ansia humana por tecnificarse, una advertencia de lo que podría suceder si los hombres de la Cuarta Edad se descuidan y pierden la moral inherente a los primeros pueblos.

La Naturaleza en J.R.R. Tolkien y Hayao Miyazaki El hombre sauce
Los pequeños hobbits escapan de las raíces del maligno hombre-sauce gracias a Tom Bombadil.

EL ECOLOGISMO EN MIYAZAKI

Con la derrota en la II Guerra Mundial, los acontecimientos acabaron por desfigurar muchos de los rasgos característicos del Japón tradicional. La religión autóctona, el shinto, una práctica de animismo evolucionado que otorga alma a cualquier elemento, junto a la amable cosmovisión budista, mantuvieron una inercia de respeto hacia el ecosistema que empezó a decaer con la progresiva occidentalización de las islas. Esta redistribución en la escala de valores, el raudo avance tecnológico al que se vieron sometidos los nipones, o diversos complejos nacidos a la luz de las hecatombes nucleares de Hiroshima y Nagasaki, serían puntos clave para entender a autores tan relevantes como Akira Kurosawa, Shohei Imamura, o el propio Miyazaki.

Hijo de una sociedad tumultuosa y cambiante, colmada de profundas contradicciones generadas por la lucha mantenida entre el liberalismo americano y distintos repuntes nacionalistas, Hayao supo elegir, sin embargo, lo mejor de cada tendencia para terminar de perfilar una personalidad equilibrada. Esto se vería reflejado años después en su cine en forma de clichés reconocibles, como por ejemplo el inusual protagonismo de las mujeres en sus historias y, por encima de lo demás, el valor ecologista que impregna su obra. De cualquier forma, y a pesar de que en Nausicaä del Valle del Viento (1984), El castillo en el cielo (1986) o Mi vecino Totoro (1988) ya se deja entrever claramente dicha predisposición, no sería hasta el estreno de La princesa Mononoke (1997) cuando su alegato pro-medioambiente cobrase un sentido estructural en el seno de Studio Ghibli. Tampoco es casualidad que sea precisamente esta película la que guarde verdaderas semejanzas con Tolkien, por lo que creo necesario desarrollar una mínima sinopsis para después asimilar óptimamente los paralelismos entre ambas obras.

La narración de Mononoke Hime gira en torno a Ashitaka, príncipe de un pueblo emishi que contrae una maldición al defender su tierra de un jabalí/demonio. Una vez la bestia fue vencida, la matriarca de la aldea achacó el mal del gigantesco jabalí a un trozo de hierro hallado en su interior — recordemos aquí la locura del lobo Carcharoth devastando los aledaños de Doriath por tener un silmarill en sus entrañas — . Obligado a encarar su destino, el joven héroe emprende un viaje hacia el Oeste con motivo de hallar una cura para su estigma. Pasadas las semanas Ashitaka conoce a San, una chica salvaje que convive con tres lobos gigantes en perpetua pugna con la Ciudad del Hierro; el motivo, los humanos destrozan la montaña y los espíritus del bosque intentan protegerla. El príncipe Emishi intentaría convencer tanto a la princesa Mononoke como a lady Eboshi, líder de la fortaleza industrial, de que la convivencia y la paz son las únicas salidas viables. Sin embargo, las posiciones de ambos bandos son radicales, y el enfrentamiento se hace inminente.

A pesar de que la Ciudad del Hierro fuera construida en un paraje virgen con el fin de explotar sus recursos, no podríamos catalogar el hecho como abiertamente censurable. Se da por sentado que toda civilización desarrollada dispone de este derecho y valdrían los enanos como paradigma de raza capaz de crecer mediante los recursos de forma más o menos sostenida. El problema de Eboshi y los humanos radica en la desmesura, el hecho de desear por encima de todo una mejora existencial aún a costa de otros seres vivos. Ello desembocó en hybris, la misma justicia divina que condenó a Ulises a vagar diez años por el Mediterráneo para compensar sus jactancias, y que a su vez engendraría un mal endémico de odio capaz de destruir a divinidades como el dios/ciervo del bosque. Según lo anterior, la urbe en Miyazaki guardaría ciertas semejanzas con el valle de Isengard, con la salvedad de que Eboshi termina asumiendo sus propios errores y Saruman perseveró en ellos constantemente.

La Naturaleza en J.R.R. Tolkien y Hayao Miyazaki Ciudad del hierro
La ciudad del Hierro y el dominio de Saruman guardan una clara analogía entre sí.

Es interesante cómo se establece aquí un vínculo entre la regeneración moral de la antagonista y el reverdecimiento de la montaña al final de la historia. En Tolkien resulta sencillo observar la corrupción de un entorno dirigido por alguien abyecto, en lo que sería una evidente influencia del ciclo artúrico y más concretamente del Rey pescador. Pues bien, Mononoke Hime recupera este atavismo de la narrativa europea aunque centrándose en la vertiente más positiva, muy en la línea del pensamiento y moral asiáticos difundidos por el creador tokiota en gran parte de su obra.

Como se puede apreciar, ambos autores parten desde una sociedad preindustrial e idealizada; dos mundos ordinarios donde poco o nada importan los problemas de fuera. No obstante, las negligencias cometidas por grupos exteriores terminan afectando la tranquilidad de estos territorios. A La Comarca llega tras una serie de concatenaciones el Anillo Único, cuya existencia se achaca a la esencia intrínseca del hombre, que varias veces cayó seducido por su poder malsano y no lo destruyó; en la aldea Emishi aparece una deidad primitiva corrompida por una herida de arcabuz, metáfora locuaz de cómo la industria excesiva o mal utilizada, representada en su esencia por la bala de hierro alojada en sus entrañas, es nociva para los seres vivos. En suma, ambos héroes, Frodo y Ashitaka, parten a la aventura con objetos que evocan poder y peligro a un tiempo, un anillo y una bala de hierro que pueden originar la caída de quienes los usan por ser su índole eminentemente negativa.

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Respecto al jabalí Nago, ya hemos visto cómo su hostilidad era producto del maltrato que los humanos dispensaban al bosque cortando sus árboles y extrayendo el mineral del corazón de la tierra. No es el único caso; Moron, la loba gigante, o la tribu de los monos, no dudaban en matar personas por el mero hecho de serlo, pues las relacionaban con esta serie de comportamientos perjudiciales. El hecho de que elementos en teoría imposibilitados sean dotados de juicio y desarrollen animadversión hacia nuestra raza se podría poner en relación con el ataque de Fangorn a Orthanc, la actitud agresiva de algunos ucornos, y sobre todo con el consabido episodio del hombre-sauce. En todos los casos anteriores la Naturaleza se revuelve usando animales o árboles como guardianes de sus intereses, recurso que nos evoca nuevamente el carácter mágico de estos mundos.

De cualquier modo, sería desacertado hablar de una tendencia indefectiblemente aviesa en los espíritus del bosque; sus actos se realizan en defensa propia y sólo llegan a ser malignos en el momento que son consumidos por la ira y el metal de las armas de fuego. Es entonces cuando acaecen grotescos cambios físicos en estos animales, que empiezan a supurar cierta sustancia negruzca que les va cubriendo el cuerpo hasta adoptar una suerte de figura arácnida y abotargada. Perjuicio moral y físico van de la mano, los mismos que padeció Smeagol, un hobbit bueno en su origen como demuestran las disputas mantenidas entre sus dos personalidades, pero dominado por su lado oscuro, de devoción pasional a un anillo que le atrofió el cuerpo hasta hacerle olvidar cuál era su propia raza. Si bien El Único se acepta en teoría por voluntad propia, ambas maldiciones conllevan una carga donde el equilibrio y la fuerza de voluntad se antojan esenciales para liberarse. Llama la atención que ninguno de los personajes de sendas cosmogonías fuera capaz de vencer por sí mismo la corrupción generada por el Anillo y el hierro, salvo Ashitaka.

Si nos ceñimos exclusivamente al tratamiento de lo animalístico también hallamos paralelismos evidentes. En ambos casos los autores conceden a las bestias atribuciones por encima de su concepción realista, y casi siempre partiendo desde un cariz positivo ya sean dioses o no. Dados su poder e importancia, es hasta cierto punto coherente que las grandes águilas o divinidades como Moron y Okoto puedan hablar, lo que ya implicaría cierto grado de empatía; pero si indagamos, nos percataremos de la «integridad» demostrada por criaturas más terrenales como el alce Yakul, dotado de una moral y valor sin límites, o el pequeño poney Bill, que acompañó a la Comunidad del Anillo y cuya historia es ya en sí misma toda una hazaña. Así, los animales no necesitan ser mágicos para resultar admirables según Tolkien y Miyazaki, lo que denota, una vez más, la clara devoción de estos por el Medio Ambiente.

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Tanto Bill como Yakul son ejemplos de la nobleza de los animales comunes.

Por otra parte hay diversos indicios de un carácter transicional en las narraciones de nuestros dos creadores. Ya explicamos algunos de estos casos en el apartado de El Señor de los Anillos, sin duda semejantes a los mostrados por el director japonés en su película. En ambas historias los fenómenos sobrenaturales van desapareciendo proporcionalmente al ascenso de la humanidad y el uso de la técnica. Por ejemplo, es muy esclarecedora la escena en la que el jabalí Okoto advertía la disminución en el tamaño de su raza y la pérdida de la facultad de hablar. De alguna forma se sugiere que los dioses en el mundo de Mononoke, antaño enormes y sabias criaturas, se hallan en plena decadencia por el efecto contaminador del hombre. A pesar de que aún pervivan animales cuyo porte y nobleza recuerdan al de los tiempos antiguos, el proceso de desmitificación acabará presentándolos despojados de toda excepcionalidad, convirtiéndose, por fin, en simples piezas de caza o bestias destinadas a sofocar el consumo humano. Es inevitable recordar aquí a Elrond o Aragorn, últimos representantes de la virtud que llegaron a alcanzar sus respectivas razas, o el hecho de que los ents y ucornos se estén convirtiendo gradualmente en árboles comunes.

Es honesto admitir que tal recurso no es privativo de nuestras dos obras, constituyendo más bien un cliché asentado dentro del género fantástico. Recordemos la excelente Excalibur (John Boorman, 1981), un filme que aglutina gran parte del canon artúrico mediante una mezcla de estética prerrafaelita, kitsch, y romanticismo. En él se nos muestra un Merlín silvano cuya primera aparición acontece entre las brumas y sombras del bosque, como si fuera fantasmagórico, representando la prehistoria y el mundo de los espíritus; Arturo, por su parte, sería el eslabón que habría de unir ese universo con el de los hombres y la historia formal. Este concepto no solo es explotado en cada plano por el director británico, sino que además es acompañado musicalmente por El ocaso de los Dioses de Wagner, pieza que precisamente representaba el cambio de testigo de las deidades a la humanidad en su ópera El Anillo del Nibelungo.

La Naturaleza en J.R.R. Tolkien y Hayao Miyazaki Excalibur
Fotograma de Excalibur (John Boorman, 1981). Las narrativas de fantasía crepuscular suelen poner en relación la Naturaleza y la Magia.

¿UN CAMINO DE IDA Y VUELTA?

Según podemos teorizar existirían dos vías para explicar los parecidos estudiados anteriormente: el primero de ellos sería una posible influencia directa de Tolkien en Hayao Miyazaki. Lejos de parecer extraño, la tesis cobraría valor entendiendo la relevancia de hitos occidentales en la obra del director japonés, ya sean merced a cuentos populares o a la mitología clásica, y ello cuando no se inspiró directamente en «el Viejo Mundo» para desarrollar sus historias. Después de todo, menos del 45% de la ya casi definitiva producción de Hayao se desarrolla en Japón, mientras que en tan solo tres de sus películas el folklore e historia japoneses resultan verdaderamente determinantes en su transcurso. Asimismo, Miyazaki viajó constantemente por Europa para inspirarse en la confección de bocetos reconocibles en Lupin III (1971), Heidi (Isao Takahata, 1974), Marco (Isao Takahata, 1976), Sherlock Holmes (1984), Porco Rosso (1992) o El castillo ambulante (2004), lo que sin duda lo fue imbuyendo en nuestra cultura progresivamente. Respecto a los mitos occidentales, existen claras referencias a Pausanias y Ovidio en el tratamiento del jabalí en Mononoke; a Jonathan Swift y Los viajes de Gulliver en El castillo en el cielo (1986); a Lewis Carroll y a Alicia en El viaje de Chihiro (2001); o a Hans Christian Andersen y La Sirenita en Ponyo en el acantilado (2008). Este conocimiento exhaustivo de la erudición y características europeas harían más que probable que El Hobbit y El Señor de los Anillos, siendo como son una referencia en nuestro occidente contemporáneo, cayesen en las manos del nipón en algún momento de su vida.

La Naturaleza en J.R.R. Tolkien y Hayao Miyazaki Calidon
La caza del jabalí de Calidón, de Paul Rubens. En ocasiones, el uso de los animales en Miyazaki hunde sus raíces en la mitología grecolatina.

La segunda explicación concerniría a la propia naturaleza de dos islas —las británicas y Japón— que guardan entre sí muchas más similitudes de las que podríamos pensar. Una pronunciada proclividad hacia el mundo de lo trascendental, de lo fantástico, una sensibilidad parecida enclaustrada tras unas estrictas convenciones sociales, hacen que dos países eternamente opuestos se manifiesten de forma análoga cuando la velocidad del mundo actual los pone a prueba de continuo.

En cierto momento de la película Gosford Park (Robert Altman, 2001), el personaje interpretado por el excelente Charles Dance insta a una sirvienta a que deje de llorar porque de lo contrario parecería italiana. La frase resulta útil para comprender la importancia de la estética y las formas como herencia de la época victoriana y su puritanismo extremo. Dicha contención emocional la sufre despiadadamente el mayordomo Stevens en la novela Lo que queda del día, tratado inmejorable para preguntarse por qué dos personas que se aman no deciden consumar nada en absoluto. Pese a que la acción se desarrolle en Darlington Hall, una mansión ficticia de la Inglaterra de mediados de siglo XX, el libro fue escrito por el japonés Kazuo Ishiguro. De la misma forma, si pensamos en la mejor adaptación cinematográfica del clásico de la literatura inglesa Jane Eyre, pocos eludirían al americano de ascendencia japonesa Cary Joji Fukunaga, cuya desenvoltura para interpretar los complejos matices emocionales británicos sigue refrendando nuestra teoría.

Finalmente, nombraremos el caso de Newland Archer, protagonista masculino de La edad de la inocencia, y quien sufre nuevamente el peso de una sociedad constrictiva y censora durante toda su vida. A lo largo de la historia Archer intenta evadirse de su realidad sumergiéndose en un libro de grabados japoneses por los que siente una fascinación casi mística. Estos son tan sólo algunos ejemplos, aunque sirven para comprender que ciertas características de las sociedades británica y japonesa albergan afinidades. Si en ambos lugares existió un caldo de cultivo parecido; si el hecho de crear mundos imaginarios pudiera resultar un mecanismo inconsciente de reacción ante sendos sistemas, ¿por qué no pensar que las aproximaciones entre nuestros dos autores son consecuencias de contextos hasta cierto punto similares? En todo ello y más podríamos extendernos cuando exista la oportunidad de escribirlo, pero basten estas líneas para demostrar que los grandes temas son solaz de aviso para los grandes genios y que, indirectamente o no, existe un camino de ida y vuelta para las cuestiones verdaderamente importantes.

Queda claro que, para Tolkien y Miyazaki, la Naturaleza era una de ellas.


Fuentes

  • Textos consultados de: Míguez Santa Cruz, A (2105). ¿Un camino de Ida y vuelta? El ecologismo en Tolkien y Miyazaki, en El Árbol de las Historias Coord. Pablo Gutierrez Carreras. | Texto creado por Antonio Míguez [CoolJapan.es]
  • Imágenes extraídas de: Página de Historía, Anarta, Evenstar, Wing.heartilly

Acerca Antonio Míguez

Antonio Míguez Santa Cruz, profesor colaborador honorario de la Universidad de Córdoba y miembro del Grupo de investigación de Frontera Global de la Universidad de Alcalá. Sus líneas de investigación giran en torno al contacto entre ibéricos y japoneses durante los siglos XVI y XVII, así como sobre el Cine fantástico japonés. Ha sido autor de varios artículos de revistas científicas y episodios de libro, además de organizar congresos y seminarios de temática japonesa.

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