Allá vamos con la última entrada del TIFF 2015. Dos amigos; algunos negocios turbios, trapicheos de poca monta; una esposa abnegada; un primer hijo en camino; la intención de abandonar el mal camino contra la ambición del compinche por un trozo mayor del pastel. Peleas barriobajeras; fotografía de guerrilla; confusión visual; paisaje urbano de derribo, sucios rincones portuarios y coches en desguace. Final abocado al drama. Nada en Ken & Kazu (『ケンとカズ』 Ken to Kazu, Hiroshi Shoji) suena fresco, todo es terreno ya trillado. Y aun así, se alzó con el galardón a mejor película en la sección Japanese Cinema Splash. ¿Injusto? Eso creo. En su descargo decir que el film se rodó con un presupuesto más que modesto y competir ya era un logro.
El extremo opuesto lo encarna Mozu (『劇場版 MOZU』 Gekijōban Mozu, Eiichirō Hasumi). Presupuesto holgado –para los estándares nipones, nada que ver con un producto Hollywood–, reparto mediático, pulida realización, efectos visuales de enjundia, argumento retorcido, localizaciones múltiples e internacionales. Mozu es un ejemplo de la tendencia en el mainstream cinematográfico japonés por la sinergia televisiva, trasladando a las salas los éxitos de la pantalla doméstica.
Esta práctica supone una apuesta a caballo ganador. Teniendo ya testado el producto, se trata de incorporar los mismos argumentos, personajes y ambientes a la espectacularidad y contundencia visual que reclama una pantalla de gran tamaño. Aquí se descuenta la necesidad de grandes preámbulos y canónicas presentaciones de personajes que ya resultan familiares al público. Y sin embargo, el espectador lego en la materia –como es el caso de quien teclea este texto– no extraña algo más de contexto ni pierde comba de los acontecimientos ni un relato vertiginoso desde el primero de los numerosos minutos que completan el metraje. Ni quiere perderla, éxito por tanto del guion, a pesar de que el relato tampoco llegue a despegarse demasiado de los tópicos del género. En definitiva, una película tal vez no memorable, pero si tremendamente efectiva en su espectacularidad.
Algo similar podemos afirmar sobre Last Knights, producción norteamericana pero liderada y dirigida por Kazuaki Kiriya. No sorprende el despliegue visual de la puesta en escena, algo que podíamos esperar del autor de Casshern (『キャシャーン』 Kyashān, 2004) y Goemon (『GOEMON』, 2009), aunque en esta ocasión se muestre mucho más contenido en cuanto al barroquismo que en cierto modo lastraba esos dos primeros filmes. El reparto, comandado por Clive Owen y Morgan Freeman, no podía ser más atractivo y la enésima adaptación –libre, pero no tan libérrima como en recientes decepciones fílmicas transfronterizas– del ya clásico relato de los 47 leales rōnin sirve un buen entretenimiento, pero tampoco emociona para hacerse un hueco entre mis preferencias.
Sí lo logra Ajin: Demi–human – Compel (『亜人 -衝動-』 Ajin –shōdō-, Hiroyuki Seshita y Hiroaki Andō), primera parte de una saga en ciernes en la que disfrutamos de una brillante exhibición de acción animada. Tampoco aquí visitamos paisajes nuevos: adolescentes que se descubren mutantes, diferentes, dotados de un poder que a su vez comporta una responsabilidad y les genera un rechazo. No se trata exactamente de una vuelta de tuerca sobre las constantes de Marvel, ya que aquí, aunque la transformación corporal y la destrucción de la cotidianidad sean el tema central, el interés parece recaer más explotar la capacidad proteica de las imágenes de animación y en explorar lo peor de la condición humana. Un despliegue imaginativo y poco luminoso que por fin dejó satisfecha nuestra ansia de propuestas sugerentes, sin perjuicio de disfrutar de escenas de acción por puro el puro placer de la acción.