El cine documental siempre ha tenido gran significación. Grandes nombres históricos como los innovadores Fumio Kamei, Kazuo Hara o Susumu Hani así lo atestiguan. Un acontecimiento como el Festival de Yamagata, decisivo para el desarrollo de una vibrante escena documental en toda la región asiática, así lo confirma. Firmas hoy imprescindibles como las de Koreeda o Kawase, los únicos realizadores –amortizado ya Kitano– que estrenan regularmente en toda Europa, se formaron en esa cantera. En definitiva, buenas cosas se pueden esperar de esta forma de concebir el cine en el ámbito nipón, aunque la presencia de documentales de producción nacional no fuese demasiado extensa, como por otro lado es comprensible cuando la cita de Yamagata tuvo lugar apenas dos semanas antes.
Los diversos compromisos con la multitud de proyecciones en el festival me impidieron disfrutar de Kampai! Fort he love of sake (Mirai Konishi) y degustar los caldos que su productora ofreció en una presentación especial en el espacio Arena Roppongi. Lo mismo me ocurrió con el pase de Foodies (Thomas Jackson, Charlotte Landelius, Henrik Stockare) producción neerlandesa pero con gran protagonismo de la cultura gastronómica nipona. Menos doloroso fue perderme, en este caso por voluntad propia, WE ARE Perfume -WORLD TOUR 3rd DOCUMENT (Taketoshi Sado). Imagino que era un plato muy goloso para los seguidores de Perfume, pero a la vista del tráiler intuí que a mí se me haría de digestión pesada. Al final, mi lista de documentales visionados fue de lo más escueta.
Largos años ha invertido Junji Sakamoto en elaborar su película sobre el legendario boxeador Jōichiro Tatsuyoshi, cuyo título, Joe, Tomorrow: 20 years with Jōichiro Tatsuyoshi, a Legendary Boxing Champ (『ジョーのあした―辰一郎との20年―』 Jō no Ashita-Tatsuyoshi Joichirō to no 20 nen-), contiene un guiño a los más acérrimos aficionados a la historia del manga. Repetidas entrevistas con el personaje le permiten seguir la evolución de su carrera deportiva, el devenir íntimo de su vida familiar y el deterioro físico que comporta el castigo recurrente sobre un cuerpo golpeado. Un hilo central vertebra la historia suturando el relevo generacional entre el padre del boxeador, recién fallecido en el momento inicial del documental y el debut profesional de su hijo menor, con el que se cierra el periplo.
El reto de exprimir con dinamismo un conjunto de imágenes tan poco atractivas como un personaje respondiendo preguntas se supera con nota. La enfática narración del popular actor Etsushi Toyokawa en las transiciones que informan de combates, títulos y derrotas, el efectivo uso del sonido y los recursos de archivo en esos interludios, el ligero desorden cronológico de la presentación del film o la combinación de diversas texturas de imagen, permiten a Sakamoto firmar un ejercicio cinematográfico destacable. El problema es el propio de un documental biográfico, que la propuesta fílmica tal vez pueda ser apreciada desde una mirada especializada, pero el espectador medio solo valorará en resultado en función de su interés personal por el personaje retratado.
En sección competitiva se presentaba 7 days (『七日』 Nanoka, Hirobumi Watanabe). Tras la gran acogida de su And the Mud Ship Sails Away (『そして泥船はゆく』 Soshite Dorobune wa Yuku, 2013, Hirobumi Watanabe) en el circuito internacional de festivales, Watanabe vuelve con su segundo trabajo al certamen que le dio a conocer, cosechando en esta ocasión cierta incomprensión en la proyección para la prensa. Cierto es que el tempo de su película juega con la paciencia del espectador, especialmente esos dos primeros segmentos de los siete que anuncia el título, pero el resultado es hermoso en lo visual y personalmente también me parece interesante como propuesta narrativa. En la línea de la autoficción que caracteriza cierto tramo de la obra de Kawase, cercano a propuestas que cuestionan la ficcionalidad del documental –como en la filmografía del primer Isaki Lacuesta o de José Luis Guerin, curiosamente presente también en el festival con su Academia de las musas– y con múltiples elementos que recuerdan al cine de Albert Serra, la película tal vez no sea un dechado de originalidad, pero sí es un ejercicio cinematográfico sólido y altamente esteticista.
Sin duda, las expectativas generadas con su anterior filme, tanto por calidad como por lo diferente de su registro genérico, jugaron en contra de la apreciación de la película. Aunque dotada de un soterrado y oscuro sentido del humor, la película se aleja radicalmente del tono cómico de su predecesora y retrata sin diálogos una semana en la rutinaria vida del realizador, que en realidad no se gana la vida con el cine sino trabajando en una explotación lechera. Nuestro protagonista desayuna, limpia, camina hacia el establo, trabaja, almuerza, prosigue su labor, regresa a casa y cena. Frente a esta sucesión de tomas lánguidas y dilatadas, los fragmentos que muestran el devenir de las vacas en su establo se nos ofrecen mediante una edición ágil, que contrasta con el conjunto del filme. Con ese contraste y su insistencia en mostrar las comidas, única actividad a la que se libra el ganado en el establo, Watanabe parece equiparar su anodino transcurrir al de los bóvidos, casi sugiriendo que la vida vacuna es menos aburrida. Sintetizando, una propuesta fílmica arriesgada, que tal vez sea mejor acogido en determinados circuitos aficionados al cine de arte en Europa que por la parroquia congregada en el TIFF.