Recién clausurada la que es por excelencia época de la fantasmagoría en Japón, nos adentramos en un, nos tememos, aún tórrido mes de septiembre. Así las cosas, podría ser adecuado rescatar algunas historias de sesgo sobrenatural que sigan helando el ánimo de nuestros lectores, a la espera de que llegue el amarilleo de los árboles acompañado de unas temperaturas más amables. Por ello mismo, hoy presentaremos una serie de leyendas urbanas japonesas, quizá algunas más conocidas que otras, pero que no dejan de ser sino la evolución natural adaptada a los tiempos que corren del clásico kaidan, aquellos cuentos en formato corto recitados a la luz de las velas y que tanto hicieron por dinamizar el relatario fantástico de aquel país.
Hemos de dejar claro desde un principio un par de premisas antes de sumergirnos en estos cuentos modernos. La primera de ellas es nuestra voluntad de no otorgar el tratamiento de leyenda urbana a criaturas específicas del bestiario japonés tradicionalmente catalogadas como yōkai, un error muy extendido en el que perseveran multitud de publicaciones online. La segunda es tratar de razonar, en la medida que podamos, el trasfondo de estas narraciones. De este modo deseamos darle un valor añadido a nuestra entrada, la cual no se limitará a ser una mera compilación de weird tales sin mayor interés.
Allá vamos.
La aldea perdida de Inuaki
Supuestamente, en algún lugar recóndito del Japón más agreste y salvaje se halla la aldea Inunaki. Enquistada en los usos de vida típicos de los shogunatos, sus habitantes son extraños y sombríos, y según se afirma, proclives a dudosas conductas como la endogamia radical, el canibalismo, o el culto a deidades desconocidas.
Los afortunados (?!) que han encontrado el pueblo afirman que a su entrada se puede leer un aviso desconcertante: «Sepa que las leyes del país aquí no sirven». Ello, junto al hecho de que allí resulten inservibles los aparatos electrónicos, fomenta la idea de estar en un enclave de encrucijada, a medio camino entre este mundo y otro, sea cual fuere.
Por simple que parezca, este cuentecillo no es más que un resabio del Japón actual que se contrapone a sus antiguas costumbres, aquí hiperbolizadas hasta llegar a ser casi barbarizantes. De ahí la inutilidad de los aparatos modernos o la incapacidad de entender a los arcaicos habitantes de Inunaki, distorsiones del ciudadano nipón tradicional visto desde la condescendencia de la contemporaneidad.
El afamado «Master of Horror» Junji Ito, autor de la obra maestra Uzumaki, se inspiró superficialmente en esta leyenda para crear el manga Kakashi.

Hanako
A partir de finales de los ochenta, casi cualquier escuela o instituto de secundaria japonés disponía de su propia «Hanako», y por tanto esta leyenda urbana muestra multitud de variantes. Si hacemos denominador común, Hanako sería el espíritu —yūrei— de una niña que habita en los cuartos de baño femeninos, en lo que es otra ejemplificación del agua como medio de enlace entre dos universos. A veces puede tratarse de una entidad vengativa —onryō—, pero comúnmente es un inofensivo espectro usado por las estudiantes para demostrar su valor en diversas pruebas, claro está, consistentes en aventurarse dentro del cuarto de baño «encantado». La más famosa de ellas radicaba en aporrear por tres ocasiones la tercera puerta del tercer piso de algunos aseos, para a continuación preguntar «¿Estás dentro, Hanako-san?». Como los lectores podrán suponer, la respuesta casi siempre será sí, y entonces la audaz alumna podrá mantener una conversación con el fantasma.
De igual forma que la Marca de la Bestia es según el cristianismo el número 666, en lo que constituiría un vano intento de emular la proporción divina del 7, la fijación aquí con el 333 aludiría a la típica tetrafobia de los países asiáticos, pues como bien sabemos, este número se pronuncia igual que el kanji de muerte. En este sentido, la cifra 333 resultaría desde luego perturbadora, aunque no tanto como para disuadir abiertamente como lo haría el 4. Al final, el cuento de Hanako está construido en gran medida para divertirse, mas lo veremos, también presenta algunas lecturas un poco más turbias. Y es que la muerte de nuestra protagonista casi siempre suele achacarse al maltrato sistemático de sus antiguos compañeros, lo cual no es, ni mucho menos, maldición exclusiva de «la chica de los baños».
Teke-teke
Otro mito urbano con niña cruelmente maltratada es el del Teke-teke. En esta ocasión, a la hostigada se le colocó una cigarra en el hombro cuando su clase se disponía a emprender el viaje de fin de curso en el metro. Debido al sobresalto, la joven se desequilibraría hasta caer a las vías del suburbano justo cuando el tren pasaba. Naturalmente, su onryō buscaría venganza apareciéndose sin piernas y arrastrando el tronco con los brazos. El director de La Maldición, (Noroi, 2005) Koji Shiraishi abordaría en 2009 la ficción de esta deforme criatura mediante Teke-teke y su secuela Teke-teke 2. Sin aportar nada genuino o tan siquiera demasiado interesante, Shiraishi perfila, sin embargo, la leyenda urbana dotándola de una cuenta atrás muy en la línea de otras películas más famosas y acertadas: quien vea al teke-teke dispondrá de tres días para intentar revertir la maldición, pues de lo contrario el espectro acudirá a proporcionarle una muerte atroz.

En suma, con este tipo de mitos observamos cómo lo fantasmático canaliza otra inquietud de la sociedad japonesa contemporánea: su sistema educativo, que no académico, tan crucial para apuntalar los valores y personalidad de una generación distinta a las anteriores. A ello sumémosle la progresiva e imparable incorporación de la mujer al mundo laboral, matiz a tener en cuenta para entender la soledad y falta de apoyo de los alumnos que sufren bullying —recordemos aquí al hijo de la pareja protagonista de Ringu—. Por ello, y a diferencia del típico fantasma femenino que reclama la igualdad de género, los yūrei de niños maltratados por sus compañeros apelan a la compasión de los fuertes frente a los débiles, así como al cese de una crueldad gratuita y focalizada hacia todo aquel que no esté a la moda, que sea antiestético, quizás poco avispado, o simplemente que carezca del don de la popularidad. Cabría preguntarse, pues, quienes son los verdaderos monstruos detrás de estas leyendas urbanas, si esos fantasmas más figurados que reales, o aquellos que los vejaron impunemente estando en vida.
Gozu
Hemos dejado para el final la leyenda urbana/kaidan con más recorrido temporal de todas. El asunto no deja de ser baladí, puesto que sirve para recordar de nuevo la finísima línea que separa ambos conceptos. Por consiguiente, si Gozu empezó a narrarse hace siglos pero ha persistido adaptándose a los nuevos tiempos, ¿qué sería exactamente?
La historia original se contextualizaría a mediados del bakufu de Tokugawa (s. XVII). Presuntamente, a ciertos individuos condicionados por un karma negativo se les aparecía la espectral cabeza de una vaca levitando. Sin dejar apenas margen para la estupefacción, el ente comenzaba a lacerar el entendimiento de sus víctimas revelándoles saberes que inducen a la locura.
Otras versiones sostienen que, durante una sesión de hyakumonogatari, alguien relató el cuento de gozu y todo aquel que lo escuchó murió de terror. El bugyō —comisionado— determinó destruir todos los rollos en posesión del brujo/narrador, aunque, a lo que se sugiere, algunos consiguieron llegar hasta nuestros días.
En la actualidad, la reescritura más potente de la fábula es aquella en que cierto profesor comienza a narrarles la crónica maldita a sus alumnos durante el viaje en bus de fin de curso. Como no podía ser de otra forma, el vehículo fue encontrado en siniestro total y con todos sus ocupantes muertos o en estado de enajenación irreversible.
Respecto a la disección del mito, se antoja difícil por su evidente cripticismo, más allá de ser evidentísima la relación del buey o el toro con el mundo de lo espiritual. Primeramente, la hora del buey, es decir, la franja que va desde las 1:00 hasta las 3:00 de la madrugada, es el momento de aparición de los fantasmas; además, se piensa que durante la festividad de Obon los espíritus de los muertos retornan a «la otra orilla» en lomos de uno de estos animales, ergo tendría cualidades psicopompas.
Por otro lado, la aparición de un demonio con rasgos bovinos que fomenta la calamidad bien podría ser consecuencia de la implementación de la vaca en la dieta japonesa bajo el auspicio de los ibéricos. Dicho uso y costumbre entró en grave contradicción con los postulados budistas, que según recogían algunos escritos jesuitas «impedían matar a animal alguno, ya sea vaca, conejo, o gusano». Es de suponer que el paulatino consumo de animales reverberara en la conciencia de la colectividad autóctona como una transgresión terrible, que bien podría haber cristalizado conjurando sus miedos y culpas por medio de la grotesca no historia de Gozu.

Si la entrada tiene éxito os prometemos una segunda remesa. Así que, hasta otra… ¡pero cruzad los dedos para no tropezaros con los seres de arriba hasta entonces!
Fuentes:
- Textos creado por Antonio Míguez [CoolJapan.es]
- Imágenes extraídas de: Galleryhip