Uno de los logros visuales más reseñables de Hideo Nakata fue extraer al típico yūrei de los contextos clásicos e injertarlo literalmente en medio de la modernidad urbana, combinando así dos conceptos como son los fantasmas y la tecnofobia. Y por todos es sabido que la tecnología recorre como venas invisibles las entrañas de las ciudades actuales, por lo que no sería extraño tropezar dentro del neo-kaidan con espectros en ascensores reemplazando a las antiguas encrucijadas, en informatizados cuartos de baño en lugar de pantanos, y por supuesto en aparatos electrónicos actuando como trasunto de los antiguos cementerios.
Pero la interacción del fantasma con el medio técnico o informático no se trata simplemente de una cuestión coyuntural propia de la nueva época, sino que más bien responde a una necesidad crítica de advertir sobre los peligros potenciales de extralimitarse en el uso de las nuevas tecnologías. El recurso narrativo funciona a la perfección, pues posee la virtud de convertir a objetos cotidianos con los que estamos familiarizados en iconos del horror, algo parecido a lo que consiguió Spielberg con la playa, espacio de ocio desvirtuado en Tiburón (Jaws, 1975) o tiempo antes Hitchcock con uno de los pocos distritos de relax que aún quedan para el hombre moderno: la bañera.
De esta forma, el sentido tecnofóbico visto en The Ring y el neo-kaidan responde a las mismas motivaciones que originaron Godzilla o todo el caudal de ficción cyberpunk en el Manga y el Cine. Y es que la relación entre los japoneses y el desarrollo siempre fue tumultuosa, en gran parte debido a su antiguo inmovilismo político y sus históricas reticencias a relacionarse con los países extranjeros. Cuando finalmente hubieron de abrir sus fronteras los nipones asimilaron toda la tecnología a la que hasta entonces habían dado la espalda. Así evolucionaron de administrarse casi feudalmente en 1868 a ser la principal potencia electrónica en la década de 70´s del siglo XX, con compañías como Sanyo, Panasonic, o Sony a la cabeza. Obviamente el impacto sociológico de este fenómeno secular haría mella en el mundo de las mentalidades japonés, máxime existiendo episodios traumáticos como el de las bombas atómicas de por medio. Si a ello sumamos que tanto la literatura de Suzuki como la adaptación al cine de Nakata crecieron bajo el influjo del paranoide efecto 2000, terminaremos de evidenciar la connotación aviesa de la ciencia y el desarrollo mal entendido en este subgénero del yūrei-eiga.

Naturalmente, es fácil hallar múltiples paradigmas de lo anterior a lo largo de la conocida película. Recordemos por ejemplo el suicidio de Shizuko, mujer tradicional y provinciana incapaz de resistir los estudios a los que se estaba sometiendo, en tal vez un símbolo de las dificultades de aclimatación del pueblo japonés a la nueva realidad técnica; también las imágenes distorsionadas en las fotografías de aquellos quienes habían caído bajo la maldición de Sadako, a nuestro entender una clara alusión a la artificialidad y falsedad de unas instantáneas destinadas a impostar sentimientos de cara al exterior, más aún con el asentamiento de las redes sociales; aunque por encima de lo demás está la TV, piedra angular que vertebra la casa contemporánea, y que tanto mal puede acarrear a quien la vea -o escuche- inconscientemente. Por lo tanto, si tiempo atrás el mito del kappa se extendió para advertir de los riesgos inherentes a transitar al desgaire por los ríos, el fantasma de Sadako, que emerge espasmódico y grotesco desde lo tecnológico hacia al espectador, quizá sea una alegoría de los perjuicios que puede acarrearnos el arrojo sin miramientos a ese abismo de automatización y de tan inciertas repercusiones sociales.
Advertidos quedamos.
Fuentes:
- Textos consultados de: Olivares, J.A. (2005). The Ring. Una mirada al Abismo. Ediciones Jaguar. Madrid. | Moscardó, J. (2012). Horror Oriental. Arkadin Ediciones. Madrid. | Malpartida, R. (2015). Espectros de Cine en Japón. Satori. Gijón.
- Imágenes extraídas de: Galleryhip