Egawa Tarōzaemon y el Nirayama Hansharō de Izu.

¿Por qué era necesario un horno reflectante de gran tamaño y cuál fue el papel de Tarōzaemon?

Tras la llegada del Comodoro Mathew Perry en 1853 con sus «buques negros», los japoneses se hallaron ante la aplastante realidad de que su maquinaria bélica estaba terriblemente anticuada. Esto, sumado a su inexistente armada, les dejaba a merced de cualquier ataque naval a sus costas. Es por ello que el gobierno Tokugawa encargó a uno de sus más destacados daimyō (señor feudal), la disposición de baterías en toda la costa de Edo, en prevención de una invasión por parte del Comodoro Perry, que había prometido volver al año siguiente para escuchar la decisión de abrir, o no, los puertos de Japón a buques extranjeros. Este daimyō no era otro que Egawa Hidetatsu (1801-1855), llamado Tarōzaemon, señor feudal para las provincias de Saga, Izu y Kai. Egawa Hidetatsu realizó un estudio previo del estado de la cuestión, y con el argumento de la derrota de China a manos del Imperio Británico en las Guerras del Opio, convenció al bakufu de que debían desechar sus anticuadas armas de fuego y hacerse con las últimas novedades tecnológicas.

 

El horno reflectante de Izu, el Nirayama Hansharô

 

Si algo ya demostraron los japoneses en el siglo XVI, al asimilar y mejorar la producción de arcabuces de mecha en tan sólo cinco años, fue su asombrosa capacidad de copia e ingenio constructivo. Esto mismo se volvió a repetir tras observar y adquirir algunas armas de fuego y artillerías de las potencias occidentales.
Sin embargo, la producción de cañones costeros para repeler navíos suponía una complicación técnica que los japoneses no podían solventar, y quizás de ahí la credulidad occidental de que jamás podrían imitar sus armas (un error que, como hemos visto, ya cometieron tres siglos atrás).

 

El horno reflectante de Izu, el Nirayama Hansharô

Esta barrera tecnológica era la propia forja de un enorme cañón de una sola pieza. Para solventar este dilema, Egawa Hidetatsu se fijó en un novedoso horno de la provincia de Saga, una construcción de grandes dimensiones que permitía crear un calor reflectante. Sin embargo, no era lo suficientemente grande para forjar los enormes cañones que debían defender la bahía de Edo. Por esto, mandó construir un gran horno doble de carácter reflectante en la zona de Nirayama, apenas a media hora a pie de su residencia, en la provincia de Izu. Para su construcción utilizaron piedra local y el propio Hidetatsu supervisó toda la construcción, ayudado de informadores que habían estado en contacto con artillería inglesas y estadounidenses.
Una vez conseguida la forja, un nuevo problema técnico se presentó ante Hidetatsu: ¿cómo lograr la perforación del cañón para recoger la bala y que fuera un arma totalmente funcional, más allá de un bloque de hierro fundido?

 

Morteros fabricados en Izu

 

De nuevo Egawa Hidetatsu recurrió a fuentes occidentales e ideó un sistema de taladro utilizando un mecanismo hidráulico mediante un molino de agua. La rueda, impulsada por el río conectaba con una broca que al girar, iba perforando el cañón con el calibre deseado. El problema, era que las brocas metálicas resistían muy poco tiempo la erosión de los cañones forjados en el horno reflectante, teniendo que cambiarse cada poco. Pese a que se realizaban descansos en el trabajo de las brocas, y se regaban con agua fría, hacían falta muchas horas y una gran cantidad de ellas para perforar un solo cañón.

Tras un esfuerzo sobrehumano del propio Egawa Hidetatsu y de todos los samurái y campesinos a su servicio, se lograron completar dos cañones. Estas baterías se presentaron ante el bakufu Tokugawa de Edo, y se realizaron satisfactorias pruebas de tiro. Estos cañones se conservan hoy en día en el Museo Yûshukan de Yasukuni Jinja en Tokyo. Tras la victoria del ingenio de Hidetatsu, varias armerías de diferentes feudos siguieron su ejemplo, completando una batería de 600 cañones a lo largo de toda la costa cercana a Edo, todo ello dispuesto antes del retorno del Comodoro Perry. Incluso tras su marcha, se siguieron fabricando más cañones, en concreto 400, que se dispusieron por toda la costa de Ise y Osaka. Sin embargo, poco después se abandonó completamente el proyecto, ya que el coste y tiempo invertido en fabricar un cañón era desproporcionado, siendo mucho más barato y conveniente comprarlos a las naciones extranjeras.

 

Tipos de cañones que se forjaron en el horno de Nirayama

 

Hoy en día, el Nirayama Hansharō sigue irguiéndose en el mismo lugar, donde guías locales realizan visitas turísticas explicando toda esta historia y mostrando con orgullo, como las gentes de Izu lograron completar la imposible tarea que se les había encomendado.

 

Egawa Hidetatsu Tarōzaemon, el samurái polifacético:

Sin embargo, aquí no acaban los logros de Egawa Hidetatsu, a quien fue concedido el nombre de Tarōzaemon, en honor a una vida de trabajo dedicada a su comunidad y al enaltecimiento de la nación japonesa.

Los últimos años del periodo Edo, fueron especialmente tumultuosos por las numerosas guerras y batallas que se dieron entre los partidarios del emperador Meiji y el bakufu Tokugawa. Pero más allá de las vicisitudes de carácter bélico, a mediados del siglo XIX Japón también vivió una época de desastres naturales y enfermedades. Una de estas plagas asoló la zona de Izu, siendo sus síntomas muy parecidos al sarampión o la viruela. Egawa Hidetatsu, como señor feudal y gobernador de la zona se vio muy implicado en este problema, en tanto que sus propios hijos fueron infectados por la peste.

 

Egawa Tarôzaemon Hidetatsu

 

Para solucionar esto, recurrió a contactos extrajeros, a japoneses que hubiesen estudiado la medicina holandesa en las escuelas de rangaku y a especialistas tanto en medicina china como japonesa. Gracias al trabajo coordinado de todos ellos, Egawa Hidetatsu formó un equipo de científicos a los que puso a trabajar en unos laboratorios improvisados, con el fin de desarrollar una cura para la enfermedad. Tras varios intentos, se sabe que se logró crear una medicina, que al inocularla en casos no avanzados, conseguía frenar la evolución de los síntomas. Para convencer a todos sus vasallos de la efectividad de la cura descubierta, pidió que se probara con sus propios hijos e hijas, algo que los samurái y aldeanos agradecieron y accedieron a seguir el tratamiento, que fue todo un éxito y acabó con la plaga en la zona de Izu.

 

Hidetatsu, samurái, ingeniero, científico y…. ¡gourmet!

Egawa Hidetatsu no se limitaba a cobrar los impuestos de los campesinos, se interesó mucho por la ingeniería agrónoma y por el proceso de los cultivos. Observando las especies que se plantaban y la producción de arroz y verduras a lo largo de los años, Hisetatsu diseñó unos planes de cultivo mezclando teorías de barbecho con la diversificación de especies. Su éxito elaborando planes de agricultura fue tal que otros señores feudales acudían para pedir consejo sobre las plantaciones de sus dominios.

 

Cultivos cercanos a la residencia de Egawa Hidetatsu

Antes de Hidetatsu, la familia Egawa ya contaba con una conocida fama en la elaboración de un sake propio, algo que se ha mantenido hasta hoy en día. Esta cultura de la bebida y de la comida hicieron que Hisetatsu se interesara no sólo por las especialidades culinarias japonesas, sino también por las extranjeras. Gustaba de hornear el bizcocho llamado casutera que trajeron portugueses y españoles en el siglo XVI, y acompañaba los té con competo o bolas de azúcar similares al los anises españoles. Pero si había algo que le fascinaba, era el pan. Ya en el siglo XVI, el gran señor de la guerra Oda Nobunaga se interesó por la fabricación de pan europeo, sin llegar a completar ningún progreso debido a su abrupta muerte.

 

Cauce del río para irrigación de campos diseñado por Egawa Hidetatsu

 

Tres siglos más tarde, Hidetatsu se propuso continuar la hazaña. Para ello, acudía a las escuelas de rangaku o estudios holandeses, y pedía que le tradujeran libros sobre panadería y repostería holandesa. De vuelta en su residencia de Izu, mandó construir un horno (en este caso más pequeño y sin necesidad de ser reflectante) y escribió su propio recetario de pan. El resultado  se puede seguir comprando hoy en día en la zona de Nirayama de Izu, se trata de un pan extremadamente duro, seco e insípido, pero no deja de ser un logro al no saber más de panadería que lo que veía en libros y tratados. El pan de Hidetatsu se convirtió en el primer pan japonés. Años más tarde, cuando los ingleses introdujeron sus galletas crackers, el pan de Hidetatsu vivió una segunda edad de oro, al ser una versión similar aunque mucho más barata y de producción local. Hoy en día se fabrican versiones similares al pan de Hidetatsu y se venden tradicionalmente en latas, por lo que reciben el nombre de can-pan. Debido a que este tipo de pan aguanta mucho, suele ser un elemento casi imprescindible en las mochilas de emergencia y despensas para terremotos y otros desastres que suelen tener muchos japoneses en casa. Del mismo modo, también se convirtió en un alimento para montañistas, e incluso para astronautas.

 

El Pan de Egawa Hidetatsu

 

Egawa Tarōzaemon Hidetatsu fue un fiel servidor del bakufu, gran general, señor feudal querido por sus vasallos, ingeniero naval y agrónomo, científico e incluso el primer panadero de Japón, llegando su legado hasta el espacio exterior. Por eso creo que era meritorio que escribiera este artículo sobre él, y animo a todo el mundo a visitar Izu y la zona de Nirayama donde él residía. Además en la entrada al Museo Nirayama, se incluye un interesante video explicativo, y un guía local voluntario, te relatará con gran pasión la historia de Hidetatsu, comprendiendo que aún hoy en día es alguien a quien los lugareños de Izu tienen un especial cariño.

 

El horno reflectante de Izu, el Nirayama Hansharô

 


Texto: Marcos A. Sala Ivars [Cooljapan.es]

Fuentes: Museo de Nirayama en Izu y Museo Yûshukan en Tôkyô.

Fotografías: Marcos A. Sala Ivars [Cooljapan.es]

Acerca Marcos Sala

Marcos A. Sala Ivars es doctor y licenciado en Historia del Arte por la Universidad Complutense de Madrid. Colaborador Honorífico del Departamento de Historia del Arte de dicha universidad y Secretario del Grupo de Investigación Asia, centra sus investigaciones entorno al armamento japonés y la historia del arte vinculada al samurái. Su tesis supone un estudio pionero en español sobre el mundo de las monturas de sables japoneses, recibiendo la calificación de Sobresaliente “Cum laude”. Cuenta con una treintena de entradas divulgativas y una decena de publicaciones científicas. Ha impartido cursos y conferencias en 9 universidades españolas, 3 sudamericanas y 1 en Hungría, y colabora asiduamente con la Embajada de Japón y Fundación Japón. Su formación académica se complementa con un estudio marcial de tradiciones antiguas japonesas, siendo representante para España de algunas de ellas, así como pionero español en realizar demostraciones en algunos santuarios japoneses.

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