Reseña «En el bosque, bajo los cerezos en flor», de Satori Ediciones

Portada de la edición reseñada. Colección Satori Ficción I. Ilustración Takato Yamamoto.

FICHA DEL LIBRO

  • TÍTULO ORIGINAL: Sakura no Mori no Mankai no Shita
  • AUTOR:  Ango Sakaguchi (1906-1955)
  • TRADUCCIÓN: Susana Hayashi
  • GÉNERO: Selección de relatos, terror psicológico, fantástico, drama
  • EDITORIAL: Satori Ediciones
  • AÑO: 2013 (original de 1947)
  • PÁGINAS: 152
  • PRECIO: 17 euros

 COMENTARIO

Quizá fuera Edgar Allan Poe quien inaugurase el «fantástico grotesco» cuando definió sus propios cuentos como Tales of the Grotesque and the Arabesque. En ellos la consternación psicológica provocada por la narrativa en el lector se debía a diversas rupturas de convencionalismos sociales y morales, en mayor medida que a la descripción escatológica de un horror evidente.

Ango Sakaguchi, el autor de nuestro libro, nació en un contexto y época distintos al creador bostoniano, pero sus vicisitudes vitales, su carácter díscolo, así como su visceral sentido crítico, lo llevaron a emplear en sus cuentos aquel mismo sistema de laceración poética aunque radicalizándolo. Literatura extrema, diríamos, sobre todo perteneciendo a la primera mitad del siglo pasado, y empero rebosante de elegancia, estilo y agilidad.

El autor, Ango Sakaguchi.

De hecho, Sakaguchi, junto a otros autores como Sakunosuke Oda u Osamu Dazai, patrocinaron un nuevo formato de expresión artística donde la aflicción y la violencia se erigían en patrones estéticos fundamentales para sus obras. Hoy día, tanto tiempo transcurrido desde sus muertes, películas de directores como Takashi Miike serían difíciles de analizar sin echar una mirada al legado de la conocida como «generación Buraiha».

Yéndonos al libro, el rótulo elegido para esta magnífica edición de Satori es En el bosque, bajo los cerezos en flor, aunque quizá hubiera sido adecuado añadir el subtítulo «y otras historias». Y es que a la más popular (y por ello principal) acompañan otras dos de extensión parecida o incluso superior. A continuación desarrollaremos una leve sinopsis de los tres relatos:

En el bosque, bajo los cerezos en flor un ladrón afincado en la montaña subsiste a base de asaltar caravanas. Cierto día, después de acabar con un potentado procedente de la capital, el protagonista queda obnubilado por la belleza de la mujer que acompañaba a su víctima. Sin pensárselo dos veces le propone que sea su esposa, pero para conseguirlo tendrá que satisfacer las excéntricas peticiones de la dama…

La segunda de las historias se llama La princesa Yonaga y Mimio. En ella un noble pretende regalarle a su hija la talla de un buda con motivo de su décimo sexto cumpleaños. Con ese objetivo requiere los servicios de los tres mayores escultores de madera del país, que se establecen en los alrededores de su mansión para desarrollar la obra tres años antes del evento. Mimio, el personaje principal de este cuento, siente una extraña fascinación por la sonrisa de la princesa, pero esta no hace más que humillarlo constantemente. En retribución al maltrato, el joven artesano dedicará su tiempo a concebir un buda fuera de lo corriente.

Cierra el compendio El Gran Consejero Murasaki, aristócrata libidinoso y con un físico inapropiado, que encuentra una preciosa flauta durante sus diversas aventuras nocturnas. El instrumento resultó pertenecer a la princesa de la luna, por lo que pronto una de sus doncellas celestiales se apareció ante Murasaki para rogarle la devolución de tan preciado bien. De rasgos proporcionados y elegante esbeltez, la diosecilla despertó los instintos más primitivos del protagonista, incapaz de evitar el órdago en forma de chantaje.

Quizá por el hecho de estar históricamente situados en el periodo Heian (794-1185) o tal vez por la tangible presencia de lo fantástico entre sus líneas, el lector podría incurrir en el error de confundir los relatos con un homenaje a la literatura clásica japonesa. Al fin y al cabo es difícil desligarse del influjo de Shōnagon o Shikibu en cuentos ambientados en su época, por no hablar de los símiles y comparaciones inevitables con géneros orales como el kaidan.

Pero si la forma es confundible, el fondo es totalmente genuino e innovador; un ejemplo perfecto lo constituye el papel jugado por los personajes femeninos del libro, siempre objetos de deseo de los hombres y por consiguiente origen de la decadencia masculina. También seres de refinada malevolencia en la mayoría de los casos, puntuales a cumplir con su tradicional connotación peyorativa en escritos de trasfondo y moral budista.

Sin embargo Sakaguchi se recrea en las emociones que estas mujeres producen en los varones, algo comúnmente omitido o bien tan sólo entrevisto, en lo que era una clara influencia del existencialismo francés. Muy del gusto de nuestro autor, su argumentario giraba en torno a la responsabilidad independiente y experimentación sensoria del individuo. Si pensamos en el karma y en la castración pasional promulgada desde algunas sectas budistas, el resultado de la obra ficcional de Sakaguchi no puede ser más que paradójico, pues enfrenta dos visiones del mundo prácticamente opuestas.

El Consejero se lamió el dedo índice con malicia y rozó el pie descalzo de la mujer. Disfrutó observando cómo lloraba temblorosa y retrocedía instintivamente. Aquella escena le proporcionaba un placer absoluto.

—Sakaguchi, 112

Pero sería un error ver en esta amplificación emocional una medida cálida o amable por parte del escritor, ya que tales sentimientos suelen acentuar el lado más oscuro de los personajes que los proyectan. No podría ser de otra forma para alguien sufriente y autodestructivo, capaz de establecer una sutilísima crítica al nacionalismo de Showa pervirtiendo elementos iconográficos del país (ahí tenemos a los cerezos y su floración convertidos en trasunto del espanto), o de distorsionar la sonrisa de la mujer, tan enaltecida en la poesía universal, hasta ser impulso del desasosiego y la enfermedad del alma.

Dicho esto, y a pesar de la taumatúrgica complejidad de su coyuntura histórica, la verdadera grandeza del libro que reseñamos es su probada adaptabilidad a cualquier tipo de lector. Tanto los neófitos en japonología como los entendidos en la materia podrán disfrutarlo a distintas capas de profundidad, lo cual habla mucho y bien del autor y especialmente de la traductora, Susana Hayashi.

Así pues sólo me queda recomendar la inmersión a este universo de lo contradictorio, donde lo real y lo fantástico basculan hasta confundirse, y en el que la belleza adquiere tintes grotescos pero, al punto, sigue siendo belleza. No se lo pierdan.

Acerca Antonio Míguez

Antonio Míguez Santa Cruz, profesor colaborador honorario de la Universidad de Córdoba y miembro del Grupo de investigación de Frontera Global de la Universidad de Alcalá. Sus líneas de investigación giran en torno al contacto entre ibéricos y japoneses durante los siglos XVI y XVII, así como sobre el Cine fantástico japonés. Ha sido autor de varios artículos de revistas científicas y episodios de libro, además de organizar congresos y seminarios de temática japonesa.

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