El fantasma de Oiwa según Tai Kato

Una de las transducciones cinematográficas más conocidas sobre Tokaido Yotsuya fue rodada por Tai Katô apenas dos años después de la insigne versión de Nakagawa. Estrenada en blanco y negro, el film dista de los preceptos nipones más clasicistas y rompe el axioma de un corte una escena tan común en aquel periodo. No obstante, su estilo más dinámico o sus numerosos cambios de plano no estuvieron reñidos con el respeto casi reverencial al texto de Namboku. Dicho factor, lejos de representar abiertamente un activo, se convierte en un escollo para aquellos espectadores que no conozcan la historia previamente, ya que la rápida aparición de los personajes puede llegar a desorientar con relativa facilidad. Por tanto, podemos hablar de una reescritura fiel con ciertos problemas en la gestión del guión, matiz que no hace sino acrecentar el mérito de Nakagawa y sus guionistas por conseguir plasmar el alma del original, recordémoslo, prescindiendo de detalles innecesarios en su trasvase al mundo del celuloide.

Si bien el ejercicio de casting es aceptable, nosotros pensamos fervientemente que Tomisaburo Wakayama, famoso en occidente por interpretar al héroe de El lobo solitario y su cachorro (Kozure Ôkami: Oya no kokoro ko no kokoro, 1972) o al jefe yakuza de Black Rain (Black Rain, 1989), no fue una elección acertada por estar pasado de peso y no cumplir los cánones de galán exigibles para interpretar a Tamiya Iemon. Este asunto llega al colmo del paroxismo cuando Ume, interpretada por una joven y bellísima Hiroko Sakuramachi, cae enferma de amor ante un samurái de físico insuficiente, generando un problema de inverosimilitud argumental que a la postre resulta irrecuperable.

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Por otro lado, la aparición de lo sobrenatural se sostiene hasta la media hora final, concediéndose más importancia al desarrollo de los hechos previos. Según nuestro punto de vista este último tercio es el más interesante, máxime si nos referimos a la escena del envenenamiento, donde se bascula el sufrimiento de Oiwa con el lujo imperante en la casa de los Ito mediante un ágil intercalado de planos. Recurso sencillo y obvio hasta la saciedad, nos parece del todo efectivo a la hora de potenciar el dramatismo final del capítulo, más allá de erigirse en una novedad técnica importada desde Hollywood y poco común dentro de los estudios nipones.

Respecto al personaje femenino principal, hemos de subrayar las crudísimas agresiones que sufre aquí en contraposición a otras adaptaciones. Ello, junto a su común apariencia física, tan lejana de la despampanante belleza de otras Oiwas, tal vez pueda generar una mayor empatía o compasión en el seno de ciertos espectadores, a pesar de que nosotros pensemos que la sombra de Katsuko Wakasugi, la musa de Nakagawa, sea tan larga como para verla a ella de única Oiwa posible, independientemente de las decenas de versiones que existan.

De igual modo merece la pena adentrarse en esta película de Kai Kato aunque solo sea para disfrutar de su transgresor montaje o incluso para admirar —aún más si cabe— la extraordinaria película de 1959.


Fuentes:

  • Texto creado por Antonio Míguez [CoolJapan.es]
  • Imágenes tomadas de: capturas del film.

 

Acerca Antonio Míguez

Antonio Míguez Santa Cruz, profesor colaborador honorario de la Universidad de Córdoba y miembro del Grupo de investigación de Frontera Global de la Universidad de Alcalá. Sus líneas de investigación giran en torno al contacto entre ibéricos y japoneses durante los siglos XVI y XVII, así como sobre el Cine fantástico japonés. Ha sido autor de varios artículos de revistas científicas y episodios de libro, además de organizar congresos y seminarios de temática japonesa.

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