
Tras ser invitado a formar parte de La Academia de Hollywood por la reciente nominación al Oscar de El cuento de la princesa Kaguya (Kaguya-hime no Monogatari, 2013), y ser nombrado Oficial de la Orden de las Artes y las Letras por el Estado francés, Isao Takahata recibirá el próximo 22 de septiembre el prestigioso Premio Ihatov de la Asociación Kenji Miyazawa. Esto no resulta para nada extraño si evocamos la obra de Miyazawa, poeta y narrador de cuentos infantiles de amable trasfondo budista y, por ende, muy en la línea del clásico ecologismo transmitido desde Studio Ghibli.
Si echamos una vista atrás, los trabajos de Takahata suelen caracterizarse por la capilaridad entre los mundos real y fantástico, persiguiendo en la mayoría de las ocasiones una reflexión moral que replanteé el comportamiento de aquellos cuyas preocupaciones son estrictamente materiales.

Los valores familiares que ya apreciamos por ejemplo en Heidi (Alps no Shōjo Heidi, 1974) o Marco (Haha wo Tazunete Sazenri, 1976) no fueron más que un campo de operaciones para embriagarnos con el inolvidable mensaje antibelicista de La tumba de las luciérnagas (Hotaru no Haka, 1988) o a la hilarante oda al crecimiento sostenible que fue Pom Poko (Heisei Tanuki Gassen Ponpoko, 1994).
A fin de cuentas, por su notabilísima filmografía es más que comprensible este reciente aluvión de premios, pero no podemos obviar el hecho de que estén llegando sobre todo a partir de la jubilación de su colega Hayao Miyazaki. Porque quizá sea el enorme vacío dejado por el animador tokiota lo que ha hecho valorar en justa medida a otro cineasta ejemplar y que, sin la sombra de su aún más talentoso compañero, hoy ya formaría parte de ese mapa de las estrellas donde solo habitan los maestros de cada generación.
Fuentes:
- Texto creado por Antonio Míguez [CoolJapan.es]
- Imágenes extraídas de: Wikipedia, wildbunch