A la memoria de Carrie Fisher, que ayer emprendió su último viaje de vuelta a las estrellas…
A falta de un estreno más potente, Rogue One: Una historia de Star Wars (Gareth Edwards, 2016) ha monopolizado las carteleras durante el entrañable mercado navideño, ejerciendo además el rol que antaño ocuparan El Señor de los Anillos, algunos episodios de Harry Potter o, más recientemente, el mismo Hobbit. Y bueno, pareciéndome la peor entrega de la afamada saga galáctica, es cierto que justifica una de las mayores lagunas en su guion, como es la total vulnerabilidad estructural del arma definitiva de las fuerzas imperiales: la Estrella de la Muerte. Así que, al menos, su existencia dentro del universo creado por George Lucas está ampliamente justificada.
Japón y Star Wars, dos universos en contacto

De cualquier modo, ha sido Chirrut Îmwe, aquel místico invidente encarnado por el artista marcial Donnie Yen, quien verdaderamente me ha impulsado a escribir hoy para vosotros. Si recordáis, el personaje repetía de manera constante el mantra «La Fuerza está conmigo, yo soy uno con la Fuerza», lo que, unido a su evidentísimo aspecto de monje budista, no puede dejar de conducirme mentalmente al nembutsu, evocación constante de la creencia en Amida Buda practicada por los creyentes del Jōdo Shinshū, sub-escuela de la rama budista de la Tierra Pura.
También llamada secta Shinran por su creador, Shinran Shonin (1173-1263), alcanzó un rápido éxito entre los fideístas porque garantizaba la transmigración a un mundo mejor con tan solo verbalizar la frase Namu-Amida-Butsu, que vendría a significar algo así como «confío en el Buda de la Vida y la Luz sin límites». Como veis, en esta tipología el trasfondo intelectual típico del budismo ortodoxo da un paso atrás en pro de la fe sin más, de forma semejante a como ocurriría con cualquier jedi, conocedor absoluto de la Fuerza y sus entresijos, y el mismo Chirrut Îmwe, un semi-jedi que confiaba ciegamente en ella, pero sin llegar a hacerla suya o siquiera comprenderla en ningún caso.
Ahora bien, como podréis imaginar, esta no es la primera vez donde se estrechan vínculos entre el budismo y los personajes de Star Wars, siendo de hecho una dinámica notoria y asentada desde la misma La amenaza fantasma. Si echamos una vista atrás, relacionaréis rápidamente al maestro Qui-Gon Jinn con la sabiduría, la serenidad, la rectitud o el recogimiento, todos ellos elementos en consonancia con el budismo zen tan típico de la casta samurái.
Lo anterior podéis comprobarlo al revisar el maltratado «Episodio I», aunque alcanza sus máximas cotas de visibilidad durante el épico combate final entre Qui-Gon y Darth Maul. Justo cuando ambos contrincantes quedan separados entre las puertas láser, Qui Gon decidió aprovechar aquel inesperado paréntesis para meditar, mientras que el sith optó por escrutarlo desafiante a través de la transparencia roja caminando de un lado hacia el otro, como si de un león enjaulado se tratase. He aquí el equilibrio y el control frente al instinto y la expansión.


En realidad, todos los lores tenebrosos de Star Wars representan el antónimo budista, ya que evaden la conquista de la perfección moral o el desapego de todo lo terreno para abrazar el poder mediante la vía más corta: la crueldad, la ira o el odio. Recordemos el peaje a pagar por las criaturas en exceso iracundas según la cosmovisión dármica, que no es otro sino una reencarnación adversa en forma de Asura, deidad poderosísima pero alejada de la iluminación, además de sufrir una prolongada estancia en el infierno de los narakas. Entonces, ¿guardarían cierta relación los sith y este tipo de «demonios»?
Respecto al sufrimiento, el miedo, o el odio, el maestro Yoda instruyó a Anakin en un diálogo muy esclarecedor para comprender las semejanzas entre la Fuerza y algunas remas del budismo hacia comienzo de Star Wars: Episodio III. Veámoslo:
—Yoda: Muy cuidadoso debes ser al percibir el futuro, Anakin… El miedo a la pérdida un camino hacia el lado oscuro es. La muerte una parte natural de la vida es. Regocíjate por los que te rodean y que en la Fuerza se transforman, llorarlos no debes, añorarlos tampoco… El apego a los celos conduce. La negra sombra de la codicia es.
—Anakin: ¿Qué debo hacer, maestro Yoda, para liberarme del sufrimiento?
—Yoda: Aprender a liberarte de aquello que precisamente perder temes.

Es decir, la transformación de Anakin en Darth Vader se debió a su total embriaguez pasional, a su incapacidad para dominar su enfermizo amor por Padme, por su envidia tanto a Obi Wan como al resto del Consejo Jedi, o al odio desbocado a raíz de la muerte de su madre a mano de los tuskens. La Fuerza es simétrica, induce a la armonía del mundo y comprenderla conlleva la responsabilidad de saber encauzarla. ¿Y cómo no caer en la tentación del desenfreno manejando tal poder?, os preguntaréis. Lo dice el mismo Yoda; tratando de aislarse de todo lo sensorial, de aquello capaz de desviar al individuo de su fin último: ser uno con la Fuerza en el caso de los jedi, y alcanzar «el despertar» para el budista.
Por otro lado, si los jedis comulgan con una creencia comparable al zen, es coherente pensar que también presenten similitudes con los creyentes más populares de aquella religión, léase, los samuráis. Si echamos un ojo a los siete preceptos del bushido sin saber qué estamos leyendo, podríamos pensar fácilmente que nos hallamos ante un código jedi. Es más, pienso que el carácter sincero, altruista y noble de los caballeros galácticos bebe directamente no ya del samurái mismo, sino de la heroica idealización occidental que de ellos se tiene, sin duda legado del cine, la literatura y, en definitiva, toda la mitografía circundante.
Según el universo de Star Wars, los guerreros jedi practican siete tipos diferentes de esgrima, estando algunos de ellos íntimamente relacionados con las artes marciales asiáticas. Por ejemplo, Darth Maul explotaba una espectacular mezcla entre wushu y capoeria en contraste con los duelos menos dinámicos de la primera trilogía, de alguna forma proclive al kendō japonés. Así pues, las precuelas supusieron un incremento en la espectacularidad de los combates gracias a la introducción de elementos propios del kung fu o la esgrima española, aunque se mantuvieron posturas de apresto tradicionalmente japonesas ya vistas en los episodios intermedios.

Virando hacia la indumentaria, también es reconocible el parentesco entre samuráis y jedis más allá de la obvia relación entre el yelmo de Darth Vader y el kabuto nipón. Por ejemplo, los chalecos con hombreras que en ocasiones visten personajes como Luke Skywalker o Anakin recuerdan al kataginu, prenda superior del conjunto llamado kamishimo. Otros miembros de la orden como Windu portan una especie de batas finas de color parduzco que asumen la función del haori, un amplio sobretodo concebido para lucirlo encima del famoso kimono.

Más relevante aún es la semejanza conceptual entre el sable de luz y la katana o nihonto. Para sus portadores, ambas armas constituyen algo mucho más profundo que un mero instrumento de ataque o defensa, llegando a ser en la práctica otro apéndice del propio cuerpo y base fundamental para el crecimiento espiritual. No descubrimos nada nuevo; Ieyasu Tokugawa ya pregonó que el alma del samurái era la katana, y como es natural, nadie no perteneciente a la casta buke podía blandirla sin incurrir en delito. Hablamos, por consiguiente, del icono innegociable de toda una élite.
Lo mismo ocurría con el sable de luz, del que Obi Wan diría que «es el arma por antonomasia de un caballero jedi. No es grosera como un bláster y requiere más habilidad que solo la vista para usarse. Se trata de un arma elegante. También es un símbolo. Cualquiera puede usar un bláster o un cortador de fusión… pero usar bien un sable de luz es la marca de alguien extraordinario».
Nótese la contraposición entre la nobleza inmanente a la espada de luz y el descrédito deslizado hacia el arma a distancia, dicotomía extrapolable al shock sufrido por los orgullosos bushi ante la llegada del arcabuz portugués a mediados del s. XVI. Y es que tanto el bláster como el fusil eran considerados por la élite guerrera objetos deshonrosos e impíos, pues permitían a soldados mediocres derrotar en combate a otros con mejor preparación y mayores méritos.

Si a todo lo precedente añadimos la analogía entre el recogido y maquillaje de las geishas con algunos looks presentados por la reina Amidala, obtendremos una space opera donde los héroes visten con kataginu y blanden katanas de luz, los villanos lucen yelmos samurái, y las jefas de Estado insinúan el mundo flotante de Gion o Yoshiwara.
Visto lo visto… ¿tuvo La fortaleza escondida más influencia sobre Star Wars de lo que se ha pensado hasta ahora?
Sírvanse ustedes mismos.
Fuentes
- Texto creado por Antonio Míguez [CoolJapan.es]
- Imágenes aportadas por: Antonio Míguez [CoolJapan.es]