Como viene siendo costumbre en CoolJapan.es, estío-agosto se presta a entradas de corte fantasmal que hielen la sangre de nuestros queridos lectores. Una de las películas más brillantes y desconocidas en este sentido fue Kairo, de Kiyoshi Kurosowa, un ejemplo elocuente de cómo con poco presupuesto se puede llegar a rodar un film de culto. En la línea del actual creepypasta, la acción nos traslada a los últimos años del siglo XX, y gira en torno a ciertas páginas de internet cuyo descubrimiento conlleva la enfermedad y la enajenación.
Analizando Kairo, de Kiyoshi Kurosawa
El horror que crece entre las ondas electromagnéticas de la red afecta a los usuarios provocándoles una depresión sin límites y, en ciertos casos, incitándoles al suicidio. Pero las víctimas no mueren sin más, sino que van desapareciendo paulatinamente, como si se les arrebatase el alma, hasta convertirse en manchas negras aparecidas en la pared o en espectros lastimeros. Los muertos pasan a engrosar ese mal indeterminado, filtrándose en nuestro mundo a través de las webs hasta adquirir la narrativa tintes apocalípticos.
Como se puede apreciar fácilmente, Kairo dista mucho del característico yūrei-eiga con una mujer fantasma ejerciendo de antagonista principal. No obstante, es muy fácil relacionarla con el neo-kaidan por establecer una crítica tan directa hacia internet y los males que puede acarrear en nuestra sociedad contemporánea Esto es muy destacable por ser un ejercicio visionario, pues recordémoslo, la película es muy anterior a la aparición de Facebook o incluso You Tube.
Así, las sombras que se aparecen en Kairo son un vestigio de su estado anterior, una metáfora sobre las consecuencias de disponer de una herramienta tan plurivalente y propagadora de la manipulación social, la pérdida de actitud crítica, la falta de empatía o emoción, así como toda la ristra de taras derivadas de interactuar con el ciberespacio. Por ello el fantasma planteado por Kiyoshi Kurosawa es pasivo y no busca venganza como el onryō tradicional, pero su proliferación implica igualmente el fin de la civilización tal y como la conocemos. Nosotros los observamos como entes sufrientes, desubicados entre dos mundos, y deseosos de volver a disfrutar la calidez de su ya exánime existencia.
El arrojo sin miramientos al mundo de la tecnología comporta un arrepentimiento posterior a su uso, como si tan solo la experiencia —negativa— fuera capaz de conjurar su necesidad. Si lo pensamos es un fenómeno semejante al acaecido con el fantasma de Aquiles en la Odisea. El de los pies ligeros, otrora ansioso por perdurar en la Historia mediante sus hazañas en Troya, confesó a su amigo Ulises que preferiría servir al más humilde de los hombres que reinar entre los que ya no son, ya que comprendió durante su estancia en el Hades que su gloria no era nada comparada con el hecho estar muerto. Sin entrar a valorar si la moral conservadora está justificada en ambos casos, lo cierto es que las consecuencias originan un tipo de espectro similar, caracterizado por la pena, la soledad, y, en última instancia, la melancolía.
La composición visual de la película va en esa línea de frialdad y minimalismo, no incurriendo durante ningún instante en obviedades de tipo escatológico. Nosotros pensamos más bien en la textura decadente de su atmósfera como el origen de la desazón en el espectador; en ella predomina la oscuridad frente a la luz, el silencio supera al diálogo, y como ocurre en el cine japonés más tradicional, el plano estático y prolongado se impone a la sucesión.
En suma, el desconsuelo sufrido por una sociedad perteneciente a un mundo cambiante, y que, sobre todo, temía la por entonces hipotética deshumanización causada por internet —hoy día confirmada—, constituye el motor principal de un atípico film donde la banalidad da paso a un análisis antropológico disfrazado de cuento de fantasmas.
Fuentes:
- Texto creado por Antonio Míguez [CoolJapan.es]
- Imágenes tomadas de: capturas del DVD original