Last_samurai

La cultura de la vergüenza, una herencia del espíritu samurái

A lo largo de mi vida en España hay algunas palabras que he oído en repetidas ocasiones y que por fin han quedado en mi cabeza. Dependiendo del entorno de cada uno, hay términos que se usan con más frecuencia. La gente que comienza a aprender un idioma extranjero cuando ya es mayor, como en mi caso, si no tiene una buena dedicación y ganas de aprender, no suele aumentar su vocabulario. Sin embargo, si uno escucha una palabra cien veces, acaba recordándola.

Desgraciadamente, las palabras que aprendí muy pronto sin hacer ningún esfuerzo son palabrotas. Personalmente no los pronuncio, pero conozco algunas variedades ingeniosas de tacos. No tengo tanto vocabulario de este tipo, ni siquiera en mi lengua. Por supuesto, también aprendí palabras bonitas y románticas. El español tiene una gran riqueza de expresión. No obstante, hoy me gustaría hablar sobre la vergüenza, porque «sinvergüenza» ha sido una de las palabras que más oigo frecuentemente. «Caradura», «descarado», «tener mucho morro» son almas gemelas de «sin vergüenza».

En japonés también existe la palabra «sinvergüenza». Se dice «hajishirazu (恥知らず)» o «shūchishin ga nai (羞恥心がない)». «Caradura» es «tsura no kawa ga atsui (面の皮が厚い). Lit. «Tener la piel de la cara gorda» y «descarado» se puede decir «kōgan muchi (厚顔無恥)». Las palabras asociadas a «vergüenza ajena» son «mittomonai (みっともない)» y «migurushii (見苦しい)», que significa feo a la vista. Es más, «miteiru kocchi ga hazukashii (見ているこっちが恥ずかしい)» es la frase exacta que expresa «vergüenza ajena» de manera directa.

Una tendencia actual en Japón trata de la atenuación de la conciencia de sentir vergüenza. Antes, se consideraban «mittomonai» los actos de comer o beber algo en lugares públicos como el tren. Además, también lo era hacerlo de pie y caminando, salvo en algunas ocasiones. Quizá era así porque comportarse de forma impersonal en público era lo normal. La separación entre los asuntos públicos y privados se respetaba, y comer y beber son considerados parte de estos últimos. Además, debido a la cultura de evitar molestar a los demás, había más gente que prestaba atención a estos comportamientos: el olor de una comida no es agradable para todo el mundo.

Personalmente, no me molesta ver a gente que come en el tren si la comida no emite un olor intenso, no se ensucia el lugar público y se lleva la basura para tirarla en un sitio adecuado. Curiosamente (o más bien contradictoriamente) no se suele considerar de mala educación el acto de dormir en público en Japón. Seguramente se piense que dormir es un acto que se debe ser íntimo. Y hablando de la intimidad, las mujeres no se maquillaban en el tren porque enseñar el proceso de transformación no estaba bien visto.

Ahora, debido a la globalización y a la menor rectitud en la educación, los valores están cambiando. No sé si se puede decir que sea una simple bajada de la moralidad. Quizá lo sabremos por el comportamiento de la gente dentro de una década o dos. En japonés tenemos una expresión, «hajirau (恥じらう)», que se refiere a mostrarse tímido. Tradicionalmente, las chicas que se muestran tímidas se consideran bonitas. Creo que esa valoración demuestra la importancia de tener sensibilidad para los japoneses.

Volviendo a lo básico, vergüenza se dice «haji (恥)». Según el Kōjien (広辞苑), un conocido diccionario de japonés, hay tres definiciones:

  1. Avergonzarse. Perder honor debido a errores y fallos.
  2. Sufrir un insulto.
  3. Saber avergonzarse. Respetar el honor.

Puesto que hay muchas expresiones relacionadas con «恥», se puede entender la importancia del concepto de la vergüenza en Japón. De hecho, saber avergonzarse se dice «renchi(廉恥)» y su antónimo es «harenchi (破廉恥)». Además, el diccionario acepta la definición de «renchi» como tener corazón puro y sensibilidad para conocer la vergüenza.

La primera vez que viajé por Europa, vi a gente comiendo una manzana en la calle y me sorprendió ver un acto un poco salvaje y que al mismo tiempo me parecía que tenía más libertad y me hacía sentir cierta envidia. Hoy en día estoy acostumbrada a ver distintos modales y en cada sitio me adapto a las costumbres locales.

Desde luego, la educación que cada uno ha recibido es distinta dependiendo, sobre todo, de sus padres. No obstante, los japoneses solíamos ser educados, escuchando cientos de veces frases asociadas a la vergüenza, incluso antes de que tuviéramos consciencia; «¡Qué vergüenza!», «Si te comportas así, me avergüenzas», «No voy a hacerlo porque me da vergüenza», «No conocer es una vergüenza para toda la vida, preguntar es la vergüenza de un momento», «¿No te avergüenzas por tu comportamiento?», etc.

El sentido de la vergüenza tiene relación con la consecuencia de la presencia de la mirada ajena. La mirada ajena no solo consiste en la de las personas, sino también en la de Dios o los dioses. Al menos a mí, me educaron en la idea de que Dios siempre me mira, no puedo esconderme ante Dios. También os digo que ningún miembro de mi familia ha sido religioso. Quizá Dios sea un símbolo de un gran poder invisible.

De esta manera, nos inculcan la idea de evitar la vergüenza. Tengo la impresión de que en la sociedad basada en el judeocristianismo (no hablo de la fe religiosa de cada uno, sino de la influencia de la religión en una sociedad desde el punto de vista ético) la gente tiende a evitar ser culpable. En nuestro caso, se trata de avergonzarnos. Se considera como una humillación.

Ruth Benedict, antropóloga estadounidense, presentó a Japón en su libro llamado El crisantemo y la espada (The Chrysanthemum and the Sword) publicado en 1946, como la cultura de la vergüenza. Su analítica sobre la sociedad japonesa no se considera muy acertada porque ella habló de Japón desde el punto de vista de la clase minoritaria de los bushi (en este punto podéis pensar que bushi es samurái) aunque era una clase privilegiada. No obstante, doy por acertada su reflexión de que Japón es un país al que le importa la vergüenza.

Un elemento de nuestra sociedad está compuesto por la herencia de los valores del bushidō (lit. «El camino de bushi», 武士道), que se traduce como el código del samurái, la versión japonesa del código de caballería. Sin embargo, el samurái no se corresponde exactamente con el bushi. Bushi es el nombre de una clase social en la época feudal, desde el siglo X hasta el siglo XIX. Las familias que pertenecían a esa clase se llamaban buke (武家). El motivo porque he escrito que el bushi no corresponde exactamente al samurái es que no todos los miembros del buke eran samuráis (guerreros). No obstante, el espíritu del samurái es el bushidō.

El educador Inazō Nitobe, en su libro Bushido publicado en 1899, escribió que «la vergüenza es la virtud que está por encima de todo, es la tierra que cultiva la buena moralidad». Las personas nacidas en buke fueron educadas en los comportamientos apropiados, los estudios y las artes necesarias desde muy temprana de edad. Ellos tendían a tener gran honor y orgullo. La vergüenza es un concepto vinculado con ambos conceptos, protegerlos era imprescindible. De modo que la situación en la cual se sentían avergonzados era cuando su honor y orgullo eran dañados.

Ahora bien, ¿por qué queremos evitar sentirnos avergonzados? ¿Por qué no queremos que los demás se rían de nosotros? Habrá muchas respuestas. Si recordamos situaciones vergonzosas, nos damos cuenta de que ha habido ocasiones de distintos tipos. En el periodo adolescente, los jóvenes tienden a ser tímidos y a sentirse avergonzados. Su mayor vergüenza probablemente esté causada por el sentimiento de inferioridad. Es una época delicada. La gente comienza a verse a sí misma con vista objetiva y se compara con los demás. Cuando uno recibe advertencias o críticas negativas en público, percibe una concentración de la mirada ajena y se avergüenza. O simplemente, cuando uno se equivocó con algo, alguien se rió.

Mi primera experiencia con la vergüenza debió ser de niña. No podía hacer algo considerado fácil para los mayores, me frustraba conmigo misma y probablemente llorase. Hasta ahora, la irritación que tuve en aquel momento no la había categorizado como vergüenza. No obstante, quizá ese tipo de vergüenza es más primitiva, y al mismo tiempo conecta con la dignidad humana. Normalmente, con el paso del tiempo, la gente tiende a acumular experiencia vital, los mayores suelen sentir menos vergüenza que los jóvenes en la misma situación. Se puede tomar como un proceso de insensibilización, pero algunos tipos de insensibilidad ayudan a vivir en un mundo duro.

Sin embargo, ¿corresponden las tres mencionadas escenas de vergüenza al mismo tipo que el maestro Nitobe mencionó en Bushido? La vergüenza que se siente en estas situaciones a veces no acaba tan solo haciendo que la gente se sienta avergonzada, sino que puede que la haga ponerse un poco violenta si uno no conoce la manera de sobrellevar la vergüenza.

En japonés existe la frase «bushi ni nigon wa nai (武士に二言はない。)», que significa que una vez que un bushi pronunció algo, nunca cambia de idea. La virtud de ser coherente. Se refiere a la actitud de ser responsable de las propias palabras y la importancia de tomar una decisión tajante. No traicionar la palabra dada. Es decir, esta frase expresa incluso la importancia de la sinceridad. La sociedad samurái estaba basada en la confianza entre el señor y sus samuráis subordinados. Los subordinados prometieron lealtad y servían a su señor, mientras que el señor cuidaba a sus samuráis, sobre todo económicamente. En esa relación, ser honrado, sincero y confiado era imprescindible.

Un acto vergonzoso causa más daño a la propia honra que a otros. Los samuráis se ganaban la vida luchando literalmente a muerte. Luchaban para vivir. Pero la muerte nos espera a todos por igual, no solo a los guerreros. Dado que la gran mayoría de nuestros lectores y yo misma estamos viviendo en una era de paz relativa, quizá no meditemos sobre la muerte todos los días. No obstante, la vida de los guerreros es distinta: viven siempre con plena consciencia de la vida y la muerte, tienen que aceptar su muerte en cualquier momento. Por eso, a los samuráis les importaba cómo morir. Querían acabar su vida de manera bonita, pero no se trataba de embellecer la muerte.

Hay una mala interpretación del bushidō que dice que los samuráis luchaban para morir jóvenes en la flor de la vida. No es correcto. Su trabajo era servir a su señor, debían vivir para continuar la historia y luchar. Para morir bellamente, se necesita vivir bellamente. No querían ser difamados, respetaban el honor. Puesto que la gente de la clase bushi detestaba mancillar su honor, se dice que cuando los hijos de esa clase llegaban a la mayoría de edad, se les enseñaba la manera de realizar el seppuku/harakiri, un método tradicional de suicidio de los bushi.

Dependiendo del clan, lo enseñaban más pronto, incluso a las hijas. Dicho método de suicidio servía para no ser humillados. Era parte de la filosofía de la vida de los bushi. Ese suicidio se realizaba también cuando un samurái que había traicionado a alguien se metía en el mundo de oscuridad y su única manera de vivir era olvidarse de la cortesía y la lealtad, eligiendo finalmente el seppuku al no poder mantener su honor, que era el valor más importante para el bushi.

Por cierto, junto con el sintoísmo y el budismo, el confucionismo (la enseñanza del gran filósofo chino Confucio) es uno de los tres componentes principales que han formado la mentalidad de los japoneses. El maestro Confucio se refirió a la vergüenza como fuerza motriz del interior que cambia lo malo en lo bueno. Y también mencionó que el concepto de la vergüenza se desarrolla a través del aprendizaje de la moral y la cortesía.

Volviendo al código de bushi, ¿qué será morir bellamente? Nosotros comparamos ese concepto con la vida de las flores del cerezo. Su vida es breve. Florecen una semana y todos los pétalos caen en plenitud de facultades, al contrario que otras flores, cuyos pétalos aguantan aunque estén mustios. Las flores de cerezo nos enseñan solo su figura en su apogeo. Su manera ha influido a la actitud ideal de los japoneses. Desde luego, no todo el mundo puede vivir como las flores de cerezo ni los samuráis. No obstante, nuestra virtud es no decir pretextos.

En español existe la expresión «no hay pero que valga», de la cual tenemos la versión japonesa: «iiwake muyō (言い訳無用)» que literalmente significa prescindir de excusas. Si uno ha cometido un error, lo acepta y pide disculpas, en lugar de decir «Es que…». Uno no debe rendirse a la autojustificación. Si no, conste que uno puede deshonrarse a sí mismo. Valoramos la honestidad. En muchos lugares de Japón permanece la esencia del bushidō; la vergüenza y el honor son las distintas caras de la misma moneda.

La actitud de ser sincero, tanto con los demás como con uno mismo, aceptar los errores propios sin dar excusas, ser atrevido sin tener apego, se llama «isagiyoi (adj. 潔い)» o «isagiyosa (sus. 潔さ)». Lo consideramos como una virtud. Es la manera de vivir del bushi y las flores de cerezos.

Anteriormente he mencionado mi impresión de la cultura judeocristiana asociada a la culpa. En cuanto a tener culpa, tuve cierto choque cultural en Europa, habiendo sido criada en la idea de que no ser «isagiyoi» es feo. En París, cuando casi me choqué con una chica suficientemente adulta en el andén de cierta estación de metro, aquella chica chascó la lengua. Quizá fuera una parisina pura y dura. No obstante, no me llevé una buena impresión. Sin embargo, en Londres me sucedió lo mismo que en París, esta vez con un niño de entre 12 y 15 años, el cual me pidió disculpas diciendo que era culpa suya.

Por supuesto, en la coincidencia de casi chocar con otra persona, no hay un culpable concreto. Pero en mi caso, acostumbrada a pedir perdón, fue justamente un joven británico el que lo hizo, siendo un caso especial porque no era culpable ni mucho menos. En todo caso, pese al intento de vivir como una persona correcta, ¿es una enseñanza verdadera del judeocristianismo el aceptar su error si realmente lo ha cometido?

Observo que hay gente que lo ha interpretado de distinta manera. Hay culturas donde alguien se considera como perdedor si acepta su error, y por ello le cuesta disculparse. Una vez, durante una clase de baile en España, cuando una compañera se equivocó durante una actividad, me dijo que como yo me había equivocado, ella también se equivocó al seguirme. Yo era la culpable para ella. Imponer la culpa a otra persona puede considerarse un acto feo. No es un comportamiento sincero con uno mismo en el sentido real. Al menos, esa es mi opinión. El comportamiento no depende de la edad: en el caso de la compañera de la que hablé, esta era mayor que yo.

Nuestro país ha sentido la influencia del confucionismo, que enseña a respetar a los mayores, aunque cada vez su influencia es menor… Pero el motivo por el cual se debía respetar a los mayores es que quizá antes había muchos mayores respetables debido a sus conocimientos y buen comportamiento, además de que cuidaban de los menores. En esa base cultural, imponer la culpa a otra persona parece un comportamiento infantil y vergonzoso. No es un acto propio de mayores respetables.

Vivir en otra cultura es un acto de reflexionar sobre la identidad. Si yo hubiera venido a vivir a España cuando era más joven, antes de tener experiencia laboral, me habría integrado completamente en la sociedad española. No obstante, a estas alturas creo que no podré integrarme plenamente en la cultura española. En todo caso, hay muchas maneras de sobrevivir, además felizmente. Posiblemente algunos de los españoles que viven en Japón también se sientan como yo. A veces encuentro un abismo de diferencia cultural y otras encuentro virtudes que no existen en mi cultura. Asimismo veo algunos puntos en común.

Os presento un episodio asociado a los Juegos Olímpicos de Tokio, en 1964. Hoy en día, en las calles de la capital nipona es difícil encontrar papeleras. Después del terrorismo doméstico del incidente con gas sarín en el metro, en 1995, quitaron casi todas las papeleras para tener más visibilidad. No obstante, la gente no suele tirar basura en la calle.

La Tokio actual es una ciudad más o menos limpia. Pero antes de 1964, los tokiotas tiraban la basura en la calle. A la hora de elegir Tokio como anfitrión de los Juegos Olímpicos, hicieron darse cuenta a los ciudadanos de que recibir a los extranjeros en un lugar sucio sería vergonzoso y había que tomar medidas. Esa conciencia de la vergüenza cambió a la gente y la capital ganó en civismo. Este ejemplo es un testimonio de que la sociedad puede mejorar con las ganas de cada ciudadano.

Para terminar, que yo sepa no provengo de una familia de bushi. No obstante, algunos me han dicho que soy como los samuráis. No me interesan los asuntos bélicos. En cualquier caso, me parece curiosa la filosofía de vida de los bushi porque veo que su espíritu todavía permanece en nuestra manera de ser. Algún día volveré a hablaros sobre otros temas relacionados con el bushidō.


Fuentes:

  • Texto creado por Lisa Kobayashi [CoolJapan.es]
  • Imágenes extraídas de: Last samurai.com

Acerca Lisa Kobayashi

Profesora de japonés, traductora, ensayista, articulista y prologuista de obras literarias. Nacida en Iwate, en el norte de Japón, tras vivir en Kioto, Yokohama, Tokio y Hong Kong, llegó a España a finales de 2008. Se declara apasionada del baile español y del flamenco.

Visitar también

Reseña de «Crónicas de los samuráis» de R. Ibarzabal

Ficha de «Crónicas de los samuráis» TÍTULO: Crónicas de los samuráis AUTOR: R. Ibarzabal GÉNERO: Divulgación …

Entrevista a R. Ibarzabal, autor de Crónicas de los samuráis

Japón seduce. A estas alturas ya es difícilmente creíble la idea de que la fascinación …

Musō Jikiden Eishin ryū iaijutsu 無雙直傳英信流居合術, una nueva visión sobre el desenvaine del sable japonés (Parte I)

En el primer artículo que dedicamos en Cooljapan a estas artes marciales, nos adentramos en …