Lo que a priori fue una expansión de las relaciones mercantiles de la Península Ibérica por nuevos horizontes, resultó ser algo mucho más importante. Con el inicio de la Edad Moderna se impulsaron multitud de innovaciones y descubrimientos que llevaran hacia los confines más lejanos, hacia ambas «Indias».
A estas inquietudes comerciales se sumaron muy pronto otras de carácter cultural, que tenían por objeto la expansión de la fe cristiana en los lejanos mundos, la evangelización. Por ello nacieron dos rutas que conectaban Europa y el país del sol naciente: el camino luso, que bordeaba la costa africana, y la senda castellana, que pasaba por las colonias americanas atravesando los grandes océanos.
De este modo, oleada tras oleada, misioneros de distintas órdenes arribaron a costas de Kyushu, asentando las bases comunicativas para un posterior discurso interreligioso y cultural. En un primer momento, estos monjes bebieron de las costumbres y tradiciones niponas, realizando además una inmersión lingüística.
Pero no fue hasta 1542-1543 cuando llegó San Francisco Javier, un jesuita que revolucionaría Iapôes. Gracias a estudiosos como Fernando García Gutiérrez, sabemos que este monje, con el objetivo de evangelizar a través del arte como idioma común, mostró diferentes ilustraciones miniadas de la Biblia al señor de Yamaguchi, Ouchi Yomaguchi (1507 – 1551). Además, llevó consigo una hermosa pintura de la Virgen María, que fue mostrada a Otomo Sorin (1530 – 1587).
El cuadro que portaba San Francisco Javier, descrito como «de gran belleza», hoy día desaparecido entre las corrientes del tiempo, logró cumplir su misión al permitir introducir las nuevas creencias en aquellas lejanas tierras. Esta y otras pinturas similares se emplearon de forma didáctica en distintos altares e iglesias construidas durante el breve periodo de apertura que tuvo Japón en esa época.
Por otro lado, el gran estupor que generó este y otros retratos cristianos en los lugareños hizo que no tardaran en abrirse seminarios a modo de academias artísticas. En ellos, y empleando el arte como medio de comunicación, se fueron introduciendo técnicas innovadoras para la época, a la par que se mostraban los dogmas de Cristo.

En los distintos colegios no se tardó en copiar las estampas e imágenes que comerciantes y religiosos traían de sus viajes. De este modo, pronto apareció un sincretismo religioso, tanto a nivel material como inmaterial, que ha formado parte de la cultura nipona desde entonces y hasta nuestros días.
Al igual que en Occidente se apreciaba lo exótico, destacando cerámicas, mobiliario o las propias especias, llegadas tanto de las islas como del propio continente asiático, en Extremo Oriente era muy valorado todo lo diferente, ya que por un lado era sinónimo de lujo y, por otro, resultaba curioso cuanto menos. En este punto hay que recordar que para los lugareños era la primera vez que veían a occidentales y personas de color, con distintas costumbres, vestimentas, etc.
Eran muy codiciados entre la población todo tipo de objetos que procedieran de Ultramar. Entre ellos, como no podía ser de otra forma, todo lo que portaba el clero. Y es que recordemos que el primer acercamiento lo propiciaron las órdenes jesuitas. Gracias a ello, por ejemplo, podemos ver cómo se han conservado hasta nuestros días rosarios de aquella época, como el que se observa en la imagen anexa, perteneciente a Hasekura Tsunenaga.
Poco a poco, tal como se ha mencionado y en base a la copia de estudio, se fueron asimilando técnicas de grabado, así como uno de los procedimientos más versátiles y empleados desde su descubrimiento hasta la actualidad, la pintura al óleo, además de otros procedimientos magros. También se introdujo el modelado del volumen en base a la luz y la sombra, y se abrió la gama cromática antes reducida a determinados pigmentos asociados a distintos significados.
Con ello cambió la construcción del retrato en base a referencias plásticas previas. La figura se vuelve mucho más analítica, exagerando los rasgos anatómicos más llamativos, como la nariz, los ojos o el bello facial. Esto puede atribuirse a la curiosidad por lo ajeno, o la influencia humanística venida de Europa. Así, la figura comienza a modelarse levemente en cuanto a luces y sombras, ampliándose también la gama cromática empleada. Esto puede apreciarse por ejemplo en el detalle de la siguiente imagen.

Tras la inmersión cultural de los habitantes de Iapon, la verdadera magia surgió. Y es que creó una verdadera simbiosis entre Occidente y Oriente a nivel artístico. El arte Namban, fruto de aquel encuentro, consiguió unir la construcción del retrato europeo junto a la delicadeza del trazado japonés logrando piezas de suma belleza. La mayoría de las veces se usaba como tópico el roce cultural de ambos extremos. Por ejemplo, podemos apreciar esto en los biombos que narran el desembarco de portugueses y españoles en Nagasaki.

En otros casos, como los que se aprecian en la siguiente fotografía, el icono cristiano se ve rodeado de la estética asiática en unas suntuosas piezas lacadas con preciosas incrustraciones de nacar y piedras preciosas. Así, hasta nuestro días, se han podido conservar crucifijos, arcones, atriles, y demás útiles de la iglesia.
Y a pesar de la persecución posterior que tuvieron los cristianos a raíz del nuevo periodo aislamiento del imperio nipón, este tipo de técnicas y estilos ya fueron asimilados dando frutos como los que se muestran en la fotografía anterior sobre los Misterios del Rosario.

Todo este tipo de obras las podemos encontrar en ambas orillas. Y es que eran preciados tanto por los conversos de Nihhon, como por la burguesía europea. No obstante, en muchos casos, y durante la larga travesía de vuelta a Occidente, se comerció con ellos, encontrando grandes colecciones en el México Birreinal.
Por todo ello, debemos aprender a apreciar colecciones de Extremo Oriente y Occidente, como las que encontramos en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría, o el Museo de Köbe.
Todas ellas son supervivientes del río del tiempo, que nos enseñan una valiosa lección sobre nuestro pasado común. Aprendamos de ésto para construir un futuro intercultural aún más sólido si cabe. Esperemos que de nuevo, los lazos entre España y Japón propicien frutos artísticos de tanto valor como los de antaño.
Fuentes
- Textos consultados de: García Gutiérrez F. (1990) “Japón y Occidente: Influencias recíprocas en el arte” Guadalquivir, Sevilla. | Texto creado por E. Macarena Torralba García [CoolJapan.es]
- Imágenes extraídas de: “Lacas namban: Huellas de Japon en España”, IV Centenario de la embajada Keicho.