Es probable que no lo sepáis, pero el cordobés Francisco Javier Gutiérrez va a dirigir durante el próximo año Rings, precuela de los remakes americanos de la conocida Ringu de Hideo Nakata. Como su guión no guardará ninguna relación con el de Ring 0: Birthday, la película será un ejercicio creativo per se, lo cual me ha llevado nuevamente a reflexionar sobre la relevancia cinematográfica alcanzada por Sadako y compañía. Y es que, aunque con inexistente regularidad, aún hoy, casi a finales de 2015, la estela dejada por el J-horror sigue suscitando cierto interés entre productoras tan potentes como la Paramount. Por ello, tal vez no sea mala idea usar como excusa este brevísimo risorgimento internacional del género —o al menos eso intuyo— con el objetivo de hacer una remembranza de su auge y ulterior ostracismo.

Ringu llegó a Occidente poco después del impacto generado por el ultragore alemán y en plena desaceleración del slasher americano. La decisión de Toho de distribuir mundialmente una película que apenas sobrepasaba el millón de dólares en costes se explica en función del éxito sin precedentes en su país de origen. Después, más de dos decenas de premios internacionales refrendaron el gusto del público japonés, inmejorable carta de presentación para su estreno en miles de salas de todo el Globo. Obviamente, el film de Nakata supuso un soplo de aire fresco por varias cuestiones, como fueron el nuevo planteamiento visual del fantasma, sus movimientos antinaturales o el uso del cabello como motor del espanto. Pero por encima del resto se alzó su exotismo inherente, pues no olvidemos que con el yūrei se trasladó una figura central de la mitología japonesa tamizada de complicados matices religiosos.
Como ocurrió con tantas y tantas películas-hito, su triunfo acarreó toda una retahíla de sucedáneos, algunos muy valorables, la mayoría no tanto, pero que en conjunto conformaron lo que yo llamo la «J-horror Wave». Pronto, el fenómeno se extendió a otros países asiáticos, cerrándose finalmente el círculo con la masiva producción de remakes «made in USA» de los filmes más reseñables: en este caso La llamada, (The Ring, 2002), La maldición (The Grudge, 2004), La huella (Dark Water, 2005), Kairo (Pulse, 2006), The Eye (2008) e incluso sus propias secuelas, entre otras.
El terror japonés lo fue por un momento de todo el mundo, pero en apenas seis años la prolija cantidad de producciones deudoras hastió a un público para el que lo diferente, principal activo del éxito inicial del género, llegaría a ser familiar y a estar en franca decadencia artística. En otro sentido, no debemos soslayar que este tipo de cine generó tanto fandom como detractores, especialmente por las particularidades escénicas niponas —en ocasiones exageradas para el ojo común— por no mencionar que los fantasmas podrían resultar ridículos debido a su caracterización típicamente teatral. Con la progresiva inconsistencia de los filmes posteriores a Shutter (2004), tales lacras pesarían más que nunca.

Por su parte, las versiones estadounidenses apenas postergaron la vida del género un tiempo más, en gran medida porque intentar mantener las claves de los originales inyectando más presupuesto supuso caer en una grave contradicción. El gran acierto del horror japonés fue dotar a sus historias de una pátina minimalista, apoyándose en una atmósfera compleja en lugar del artificio puro y duro. Precisamente Hollywood, más allá de descontextualizar geográficamente las narraciones, quebró esa magia por medio de los efectos especiales, convirtiendo así lo genuino en ordinario y, peor aún, lo sugerente en explícito.
Así las circunstancias, el futuro del terror oriental ya estaba firmado: a la altura de 2007 las carteleras se quedaron vacías de este tipo de cine, subsistiendo tan solo algunos de sus clichés incrustados en películas venideras como recordatorio de su paso por Occidente. Muestra de ello dejaron varios episodios de la serie Masters of Horror (Mick Garris, 2006) o filmes más actuales como Sinister (Sinister, 2012), con su alusión a la película como puerta de otro mundo distinto; Mamá (Mama, 2013) con el animismo del cabello y el uso de manchas en la pared como obvias influencias de Nakata; o incluso la recentísima obra de Shyamalan La visita (The Visit, 2015), con la abuela de los jóvenes protagonistas arrastrándose de manera muy semejante al fantasma de Ringu. Actualmente el yūrei-eiga sigue disfrutando de un dinamismo excelente en las islas del sol naciente, aunque sus películas ya no se exportan y solo pueden ser visionadas a través de fansubs o portales de internet residuales.

A cubrir ese espacio han llegado directores como James Wan, capaces de reformular el horror aunque siempre partiendo desde el clasicismo más puro. Pero si existe una corriente verdaderamente destacable y de proporciones similares al J-horror sin duda se trata de la «nueva ola de terror francés», inaugurada probablemente por Alta tensión (Haute Tension, 2003) de Alexandre Aja, pero que encuentra como máximos exponentes a Mártires (Martyrs, 2008) de Pascal Laugier, e incluso Al interior (À l’intérieur, 2007) de Alexandre Bustillo. Nos hallamos ante una tipología extremadamente visceral, aterradora en términos psicológicos, muy explícita y cuyo propósito principal es ampliar los límites del terror hasta indisponer incluso a los seguidores habituales del género. Además, este cine francés ha tenido repercusión internacional, y películas como A serbian film (Srpski film, 2010) o El ciempiés humano (The Human Centipede, 2009) se encuentran claramente bajo su influencia.
De una forma u otra, también estas tendencias están abocadas a un declive, desvanecimiento y suplantación, principalmente porque la moda del terror cinematográfico evoluciona a base de proponer nuevos conceptos de forma contínua. Al fin y al cabo el pavor y la turbación son resortes que saltan ante lo extraño —weird—, y es natural que cuando una dinámica se repite sin medida deje de ser terrorífica para convertirse en usual. De ahí mis pocas expectativas en Rings, postrer intentona de impresionar con recursos ya desfasados, aunque no dejo de albergar el deseo de que mi paisano Francisco Javier nos sorprenda con giros interesantes y renovadores.
Por cierto, la próxima vez que os escriba lo haré desde el Festival de Cine Fantástico de Sitges, donde ya veréis que, por encima de las tipologías específicas, tanto el cine japonés como el fantástico universal se hallan en plena forma.
Allí os espero.
Fuentes
- Texto creado por Antonio Míguez [CoolJapan.es]
- Imágenes aportadas por: Antonio Míguez [CoolJapan.es]