
FICHA DEL LIBRO
- TÍTULO ORIGINAL: Nanimokamo yūutsu na yoru ni / 何もかも憂鬱な夜に
- AUTOR: Fuminori Nakamura (1977)
- GÉNERO: Drama, novela negra
- EDITORIAL: Satori Ediciones
- AÑO: Septiembre de 2014 (original de 2009)
- PÁGINAS: 148
- PRECIO: 16 euros
En una noche de melancolía
Tras un tiempo de ausencia literaria, volvemos de nuevo al ruedo con la reseña de En una noche de melancolía, de Fuminori Nakamura (1977), uno de los escritores más interesantes del panorama actual japonés, avalado por multitud de premios entre los que destacan el Shincho para nuevos escritores por Jū («La pistola»), el Akutagawa por su obra Tsuchi no Naka no Kodomo («Niño en la tierra») y el Kenzaburō Ōe por Suri (El ladrón).
La editorial Satori presenta esta obra dentro de su colección «Contemporánea», compuesta por la de otros autores de la talla de Misumi Kubo y Banana Yoshimoto. Mantiene una edición cuidada con una bella ilustración de portada, calidad en los materiales y un diseño limpio, decisiones que favorecen que las páginas se recorran sin distracciones al ritmo que marca el autor.
Traducida directamente del japonés por Rumi Sato, En una noche de melancolía nos pone en la piel de un joven funcionario de prisiones con un pasado complejo, al cual se le presenta la incómoda tesitura de tratar con Yamai, un adolescente desarraigado que a los 18 años asesinó a un matrimonio de empleados. Ahora tiene 20 y está condenado a pena de muerte.
He aquí, servido en oscura bandeja, el clásico moderno de la pena capital como punto de partida a una reflexión más profunda. ¿Se da por igual su aplicación si uno tiene familia, si el autor es menor, si hay presión social…?
Luego, si es incierta acaso produzca injusticia. Sin embargo, se da la siguiente paradoja: ¿debemos proceder sin seguridad para dar seguridad?
Una vez que uno ha matado a alguien, desde ese mismo instante, pierde toda capacidad de convencer, diga lo que diga. —Nakamura, 133
Hablamos de una obra de tintes «noir» con un halo poético y notas de lluvia e insomnio acompañadas por descripciones y pensamientos rayanos en lo cinematográfico.

Aunque ambientada en Japón, se trata de una novela global tanto en forma como fondo. Queda patente en algunos párrafos la influencia de la cultura extranjera sobre el escenario oriental (Jim Hall, Sartre, Shakespeare, Beethoven, Bach), repleto de simbolismos en forma de colores, animales y elementos como el agua, origen de la vida cuando se agita y de degradación cuando se estanca.
El protagonista ofrece a través de su experiencia otras reflexiones interesantes, como el impacto de una experiencia traumática en el desarrollo evolutivo o cómo un refuerzo positivo es capaz de enderezar un destino abocado al dolor y a la autodestrucción. Ello conduce a otra pregunta, origen tal vez del mapa de conceptos que nos propone el autor al recorrer esta historia salpicada de experiencias personales: ¿existe la fatalidad?
Nakamura, que estudió Sociología en la Universidad de Fukushima, pone sobre el tapete cuestiones que nos harán meditar sobre la culpa y el determinismo social, planteando como telón de fondo una mirada al sistema penitenciario, sociedad jerarquizada en miniatura, imperfecta y generadora, por tanto, de frustraciones y alienación.
¿Se puede confiar en las apariencias cuando nada es lo que parece?
Seremos testigos del hastío laboral del protagonista, conflicto moderno con mala solución en el caso que nos ocupa. La prisión recibe constantemente nuevos presos y reincidentes, lo cual genera impotencia ante la incapacidad de decir basta, resentimiento que en ocasiones se acaba pagando con terceros, como en la vida misma.
La obra también toca otro tema de actualidad: el suicidio adolescente por acumulación del odio que genera la propia incomprensión y el desprecio por lo ajeno en un ambiente de negatividad y hastío generalizado. Ira y violencia incluso contra uno mismo, la más alta forma de odio, cuyo fin último es el suicidio. Autodestrucción con un halo grunge. Desviarse es fácil, y más en la adolescencia.
Se habla también del deseo de poseer talento en una sociedad que premia a los que destacan y de personas que, aunque no lo posean, viven la vida como un premio, atadas a la satisfacción permanente de sus deseos personales, desconfiando constantemente del orden establecido.
A medida que avanza la lectura nos asaltan nuevas dudas: ¿somos capaces de llevar una vida ordenada frente al nihilismo, el sinsentido y la ley del más fuerte? ¿Hasta qué punto es alguien responsable por entero de sus actos cuando la maldad tira tentadoramente, cuando uno responde con violencia al legado recibido, cuando ha sido abandonado por el mundo? ¿Es esta maldad inherente al hombre o se produce por acumulación de frustraciones?
A través de estas páginas se filtran rayos de esperanza en la figura del redentor. Todo tiene un sentido en la vida, aquel que es redimido puede convertirse en guía para otros. Se produce asimismo una reflexión paralela sobre el poder liberador del arte, capaz de despertar conciencias y conferir a la vida su justo valor.
–Saboread lo que han pensado otras personas y pensad por vosotros mismos –solía decirnos–. Pensando, un ser humano puede llegar a cualquier conclusión… Aunque el mundo no tenga sentido, los hombres pueden crearlo. —Nakamura, 119
Fuminori Nakamura demuestra en la novela que no es necesario ponerse místico para que entendamos que las acciones pasadas influyen en las presentes y nos advierte de que la violencia constante puede llegar a dejar de cuestionarse, aceptándose como un hecho inevitable.
Las dudas del protagonista serán las nuestras en esta novela donde la historia se abre a una dimensión más real y profunda tras la cual se oculta el deseo de encontrarse a uno mismo, que no es otra cosa que dotar de sentido a la existencia. El hombre que viene a ordenar el caos. Quizá no está todo perdido.