FICHA DEL LIBRO
- TÍTULO ORIGINAL: Tsutsumi Chūnagon Monogatari
- AUTOR: Anónimo
- TRADUCCIÓN: Jesús Carlos Álvarez Crespo
- GÉNERO: Selección de relatos, literatura clásica, drama, sátira
- EDITORIAL: Satori Ediciones
- AÑO: 2015 (originales de s. XI, XII y XIII)
- PÁGINAS: 163
- PRECIO: 18 euros
- FORMATO: Físico
La dama que amaba los insectos
El valioso compendio La dama que amaba los insectos… está editado en España gracias a la fijación de la ya célebre editorial Satori, y traducido al castellano concretamente por el prolífico autor Jesús Carlos Álvarez Crespo. Además, pertenece a la colección «Maestros de la Literatura Japonesa», en la cual podemos encontrar nombres tan señeros como Natsume Soseki, Chikamatsu Monzaemon u Osamu Dazai. Todo lo anterior supone un claro garante de calidad para un libro que, de manera paradójica, no dispone de una autoría reconocida. No obstante, sí damos por hecho que tras este anonimato se hallan autoras a buen seguro; lo natural, por otro lado, en un periodo donde ellas produjeron más y mejor que los hombres.
En una época anterior a las geishas de Gion o los samuráis de Kamakura se alzó una capital de liturgia exacerbada y ademanes chinescos que poco a poco fueron interiorizándose como japoneses —a esto se le llamó wakon kansai—. Heian-kyo, pues así se llamaba la ciudad, vertebró a través de su Palacio Imperial una sociedad elitista, entregada por entero al cultivo del Arte en formas diversas, aunque también sumamente frívola y superficial. Tal fue su devoción hacia los matices que diferenciaban a alguien mediocre de un ser excelso, que se creó un sutilísimo escalafón directamente relacionado con la cercanía del individuo respecto al Mikado y los Fujiwara, ya fueren ministros de la izquierda o la derecha. En este contexto, la mujer, casi siempre constreñida a lo largo de la historia japonesa, dispuso de una mayor sensación de movilidad. Ello las capacitó para crear magníficas piezas de poesía, cuentos, e incluso nuevos formatos narrativos como fue en su momento la «novela», de la cual es exponente sublime a escala universal el Genji Monogatari.
Este es el universo donde se desarrollan las once piezas cortas que dan forma a nuestro libro, matiz de obligado conocimiento para disfrutar abiertamente de una obra hasta cierto punto específica. Y es que, en efecto, los intereses, comportamientos, sensibilidades, moral, e incluso el sentido del humor de aquella «nobleza de grado», ya eran ajenos a todo japonés exterior a ese círculo nobiliario tan selecto, no digamos si somos occidentales nacidos mil años después y sin antecedentes en esta clase de humanismo. Lo anterior no debería suponer mayor problema si hacemos el ejercicio de bucear previamente en la alta literatura del periodo, de la cual nuestro compendio no deja de ser más que un mero complemento periférico, cuando no un trasunto de creaciones mejores por todos conocidas. Claro está, nuestro deseo no es el de disuadir a potenciales lectores, sino más bien advertirlos con el objetivo de que disfruten en su totalidad las virtudes del texto.
De hecho, tres relatos destacan sobre el conjunto de forma llamativa. El primero de ellos —La dama que amaba los insectos— es tan hermoso que se usa muy acertadamente para titular el volumen que nos ocupa, y versa sobre un tema que no entiende de momentos históricos o geografías: la censura a quien es distinto. Se trata, por tanto, de un cuento fantástico y tan actual como usted pueda imaginarse: el periplo de una outsider, una antisistema, que en su afán por coleccionar insectos y obviar los estrictos cánones estéticos del periodo, se granjeó la antipatía de todo el mundo.
Veamos el siguiente fragmento:
…los mechones laterales del pelo, cortados a la altura de la espalda, eran bellos, si bien tenían algo de descuidados, tal vez porque no se peinaba como era debido. Sus cejas eran negrísimas, lo que le daba un aspecto lujurioso y fresco a la vez. También su boca era atractiva y bonita, pero tenía algo de extraño, ya que no se ennegrecía los dientes. Pensaron que la dama sería hermosa si se maquillara. Eso los entristeció.
Imposible dejar de relacionar aquí el evidente desaliño de la protagonista con la fealdad de las orugas, pero más aún, su hermosura natural con la mágica conversión del gusano en mariposa, alegoría que nos habla del alto componente subjetivo de algunos conceptos, como es aquí la belleza, y las fatales consecuencias de juzgar a una persona por algo tan fútil.
Por su parte, «Los tenientes que pernoctaron con personas inesperadas» narra una concatenación de malentendidos, de naturaleza supuestamente hilarante, que acaba siendo fatal para dos damas de la nobleza media.
Finalmente, «Negro de humo» habla de las aún notorias desventajas de la mujer durante Heian y de cómo, por mucho amor que el hombre les profesara, estas se veían expuestas al inestable arbitrio de los instintos masculinos. El colmo del paroxismo en este sentido llega con la última escena, sin duda alguna divertida según los códigos del momento, aunque también muy reveladora de la obvia descompensación entre géneros independientemente del perspectivismo.
Por cierto, en el extremo izquierdo de la contraportada de la excelente edición de nuestro compendio podemos leer una frase de la orientalista Virginia Skord, que reza:
Fascinantes perlas literarias aderezadas con humor, elegancia y refinamiento.
Defiendo de corazón que esa frase puede llegar a desorientar a los lectores, pues si bien existen ciertos fragmentos cómicos —pocos— pesan muchísimo más aquellos tristes y definitorios de un mundo de levedad, donde el tiempo transcurría a otro ritmo distinto, y en el que la melancolía femenina fue tan profusa que hubo de canalizarse a través de las Letras y el Arte, pero nunca ser verbalizada en voz alta.
Si es bajo esa premisa y conocéis el periodo histórico, adelante y disfrutad, porque no obtendréis ningún tipo de decepción.