Todopoderoso Shikaku

Reseña «El Todopoderoso Shikaku», de Chidori Books

FICHA DEL LIBRO

Portada de la edición reseñada. Ilustración Marta Salmons.

Dama

  • TÍTULO ORIGINAL: O-Shikaku-sama.
  • AUTOR: Naoko Tanigawa.
  • TRADUCCIÓN: Héctor Tortajada Bernal y Lisa Kobayashi (Revisión).
  • GÉNERO: Novela de evolución, costumbrismo pop, tragicomedia, fantástico.
  • EDITORIAL: Chidori Books.
  • AÑO: 2012.
  • PÁGINAS: 91
  • PRECIO: 6,65 euros.
  • FORMATO: Electrónico.

EL TODOPODEROSO SHIKAKU

En Japón, las humanidades están de capa caída. Una de las múltiples manifestaciones de este mal compartido por el resto de las sociedades contemporáneas es la depauperización de la lectura en sus más diversas formas. Y es que, acostumbrados a procesar información procedente de titulares, tweets con menos de ciento cuarenta caracteres, o mensajes donde se economiza el lenguaje por whatsapp, sms o Facebook… ¿dónde queda el lugar para la literatura elevada fuera de los círculos académicos?

La autora, Naoko Tanigawa (1960).

La experiodista Naoko Tanigawa supo entender la nueva sensibilidad del público japonés y así forjarse una carrera en torno a la novela. El libro que reseñamos hoy, “El todopoderoso Shikaku”, fue su primer gran éxito como escritora independiente, siendo además galardonado tras su salida en 2012 con el prestigioso Premio Bungei de literatura. Nos hallamos, pues, ante una lectura ágil, fresca y asumible para cualquier tipo de lector, y he aquí su principal virtud, también dotada de cierta complejidad en su trasfondo.

Pero vayamos a la historia de este dios, por cierto, creado ad hoc por la autora, y llamado Shikaku -cuadrado o rectangular en japonés (四角)-, en alusión a la forma de los billetes.

El escenario es Japón después del desastre de Fukushima en 2011. Un profesor de literatura ya pensionista es identificado por un grupo de cuatro señoras mayores como el mensajero de Shikaku, el dios del dinero, cuyo culto se ha extendido en las islas gracias a un portal web. El anciano, hastiado por el aburrimiento, consiente en acudir diariamente al apartamento de las mujeres, con la esperanza de que sus charlas consigan hacerles entender lo absurdo de creer en aquella entidad. Después de la obvia estupefacción de los familiares del profesor, poco a poco también ellos se van acercando a la figura de Shikaku, primero como curiosidad y más tarde como bálsamo para sus complicadas situaciones vitales. Así pensó sobre todo Minami, la hija mayor, una mujer madura pero infantil, incapaz de afrontar la realidad de su ya lejano divorcio, y víctima de varios trastornos sociales y alimenticios.

La narración se distribuye a partir de una primera persona fluctuante, es decir, que avanza apoyándose en los distintos puntos de vista de los personajes. Este recurso lo puso de moda G.R.R. Martin mediante su saga fantástica Canción de Hielo y Fuego, inaugurando una estela hollada por otros grandes autores como es Colleen McCullough y su Canción de Troya.

Más arriba hemos mentado lo ligera y fácil de leer que es la novela, lo cual es un mérito sin duda atribuible tanto a la autora como a los dos traductores. Uno de los porqués de este logro se explica en función de la apuesta por un lenguaje cotidiano y alejado, en suma, de los tonos solemnes y complejos propios de otros géneros.  No obstante, he observado una excesiva tendencia a la vulgarización, que si bien puede ser beneficiosa en conjunto, en ciertas partes disuelve el folkgeist subyacente al relato principal.

Por ejemplo, no estoy del todo en contra de poner en boca de un japonés expresiones tan nuestras como de marras, la cosa es que… chorra…mola… o fetén… pero sí podría sacarme de contexto leer que un personaje llora como una magdalena. Seguramente en Japón exista una expresión muy semejante, pero optaría por plasmarla literalmente y poner una nota al pie aclarando su significado. Al fin y al cabo, disfrutar un libro es como emprender un viaje a través del espacio y el tiempo, ergo creo necesario respetar en la medida de lo posible cualquier elemento que haga verosímiles tales parámetros.

Ya sumergiéndonos en la poliédrica temática del texto, se trata de un reflejo fidedigno de las evidentes contradicciones del Japón actual. Aquella sociedad transicional discurre por una coyuntura donde la tecnificación exacerbada se mezcla con el miedo a la fisión nuclear; donde la mujer parece, ahora sí, libre, pero en la práctica no lo es tanto; donde la familia casi siempre ha sido el centro de todo, y hoy día se expone cada vez más desestructurada; y donde millones y millones de extranjeros ansiarían vivir sin atender a la enorme cantidad de japoneses alienados, despersonalizados, o llevados al límite físico y psicológico por los rigores del mundo capitalista. Por tanto y según Tanigawa ¿es nuestro amado Japón un país tan solo admirable desde lejos?

Rápidamente, el lector se percatará del entrañable patetismo que caracteriza a casi todos los personajes de la obra, con especial mención de los femeninos. Ya sea la protagonista Minami o el grupo de señoras jubiladas, todas son ejemplificaciones del fracaso, el oprobio, o la aflicción en sus distintas formas, circunstancias que las condujeron raudas a los brazos de ese dios ficticio -o no- que es Shikaku. Al fin y al cabo, aquella deidad apareció para llenar el vacío existencial de sus vidas, y si se ha de adorar algo en los tiempos que corren… ¿qué mejor que apostar por el dios del dinero?

Con esta premisa la autora emite una flamígera crítica al concepto asentado de religión, al tiempo que permite cuestionarse hasta qué punto es legítimo creer en nuevos ídolos. Según lo anterior, ¿por qué no se iba a poder creer en el dios-dinero que lo rige todo, y sí en divinidades capaces de permitir el terremoto de Tōhoku o el desastre de Fukushima? ¿Acaso no es absurdo censurar una creencia y aplaudir la otra?

En la contemporaneidad nadie gana encomendándose a la misericordia de Amida Buda, aunque sí podría hacerlo confiando su suerte a Shikaku. Esto nadie lo verbaliza y muy pocos lo defienden, lo cual no implica que todos nosotros, en mayor o menor medida, comulguemos con ello. La cuestión cobra más dramatismo en el caso de Japón, un archipiélago donde lo monetario se ha relacionado hasta hace poco con el tabú, cuando no directamente con lo abyecto.

A pesar de plasmar dicha evolución en el esquema de valores, la autora presenta la virtud de no adoctrinar en ningún momento de su narración, dejando tan solo patente su desaforada voluntad por agitar la consciencia y hacer pensar. De ahí la buscada ambigüedad del relato, que juega de manera constante a los amagos y los requiebros, ya sea respecto a la naturaleza fantástica de su ficción, o bien en cuanto a la vertiente filosófica y moral.

Así pues… ¿es beneficioso adorar a Shikaku?

Sírvanse ustedes mismos gracias a Chidori Books

Acerca Antonio Míguez

Antonio Míguez Santa Cruz, profesor colaborador honorario de la Universidad de Córdoba y miembro del Grupo de investigación de Frontera Global de la Universidad de Alcalá. Sus líneas de investigación giran en torno al contacto entre ibéricos y japoneses durante los siglos XVI y XVII, así como sobre el Cine fantástico japonés. Ha sido autor de varios artículos de revistas científicas y episodios de libro, además de organizar congresos y seminarios de temática japonesa.

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