Hará casi año y medio escribí una entrada titulada «A propósito del estreno de Rings y el declive del J-Horror». Puede sonar descorazonador, pero ya entonces fue muy sencillo prever la fatal ventura de una película condenada al ostracismo, y no precisamente por la poca pericia de su director, quien ya demostrase su talento en la valiosa 3 días (Before the Fall, 2008), sino por explotar de nuevo un filón del todo agotado y huérfano de ideas frescas. Así las cosas, en descargo del cordobés F. Javier Gutiérrez, invitaría a que el lector se colocara bajo su piel para cuestionarse si aceptaría o no un proyecto ya guionizado de 35 millones de dólares y que, sobre todo, acarrearía un debut en el mercado americano con su cúmulo de beneficios inherentes
¿De verdad alguien diría no?
¿J-Horror o A(merican)-Horror?
Yéndonos a lo ya estrictamente cinematográfico, diremos que el film es tan previsible y acartonado que no sabemos si es la tercera parte del remake americano o directamente un reboot de la saga. En esta ocasión una joven llamada Julia acude al campus universitario de su novio tras varias semanas sin poder contactarlo. Allí conoce a un profesor que intenta demostrar la vida después de la muerte a través del video de Samara, usando para tal propósito a una comunidad de alumnos voluntarios que van turnándose en el visionado de la copias. Sin embargo, y dada la proximidad de la fecha límite de su pareja, la protagonista decide mirar la cinta por su cuenta en un intento de liberarlo de la maldición. La novedad radica en que Julia percibirá a partir de entonces visiones nunca sufridas por nadie de la colectividad, motivo que la empuja a buscar el cuerpo de Samara en aras de acabar con la propagación de «el círculo». ¿Os suena?

Decodificando Rings
Partamos de la base de que el tráiler del film me transmitió buenas vibraciones por su notable acabado visual. F. Javier Gutiérrez apostó desde el principio por respetar la textura cromática implantada por Gore Verbinski en su transducción de 2002, manteniendo la predominancia de verdes metálicos y azules aturquesados, en ocasiones pasados por filtros a muy baja temperatura. La introducción escénica parecía apuntalar esas esperanzas, regalándonos un sobrecogedor episodio donde el agua de la lluvia «caía» hacia arriba después del primer visionado del video maldito. El recurso ya fue utilizado por Ford Coppola en su Drácula de Bram Stoker (Bram Stoker’s Dracula, 1992), aunque de eso hace ya veinticinco años y el resultado en Rings nos resulta fresco, impactante y efectivo.
El problema sobreviene poco después, justo cuando la película se transforma en una transcripción seria de Scary Movie, o tal vez en un pastiche sin rubor de las últimas películas más exitosas del género. Es decir, quien vea Rings reconocerá en ella escenas más o menos deudoras de Destino final (James Wong, 2000) en el caso del avión; de Insidious (James Wan, 2010) al recordarnos su underworld cuando Julia camina entre la oscuridad a la tenue luz de su móvil; de It follows (David Robert Mitchell, 2014) en el momento que la joven advierte ciertas apariciones una vez llega al pueblo de Samara; y por encima de las demás, de No respires (Fede Álvarez, 2016) con esa interpretación tan creíble del carismático Vincent D’Onofrio.

¿Poca imaginación? Poca o ninguna diríamos, aunque peor aún es perseverar en el destrozo de toda sugerencia e insinuación del espanto, decantándose siempre por lo obvio cuando no lo risible o grosero. Un ejemplo manifiesto de este vicio sucede cuando Samara se dirige a su víctima por teléfono susurrándole te quedan siete días, sin duda en las antípodas del espeluznante silencio imperante en las originales de Nakata, que invitaba a imaginar algo mucho más aterrador tan solo con apreciar la reacción facial del damnificado. Por lo demás y sin desvelar nada del argumento, los guionistas despojan al espectro de gran parte de su aura terrorífica, dando a conocer detalles de su pasado que casi inducen a la compasión. Sadako, por el contrario, se trataba de un ser omnipotente consumido por la ira e incapaz de valerse de burdas estratagemas como las aquí expuestas.
Entre los haberes del film destacaremos la seductora mezcolanza de clichés propios del J-horror con otros característicos de la mitología y el terror occidentales. Los japoneses son muy evidentes, pues al final Samara no es sino una copia de Sadako, un onryō a la americana, presentando como tal un camisón blanco muy parecido al katabira, encontrándose en consonancia con el agua putrefacta y ocultando su rostro detrás de una mata de cabello negruzco. Lo anterior se combina con la alusión directa o indirecta a mitos griegos como Orfeo y Eurídice, en el caso de la pareja principal, o la obvia imbricación entre la Górgona y Samara, quien al igual que el monstruo ofidio es capaz de destruir a todo aquel que la mire al rostro. Por otro lado está la imaginería católica, tan abundante en el film que incluso llega a explotarse en el propio cartel publicitario. Además, en sintonía con multitud de criaturas pertenecientes a la demonología judeocristiana, el origen del mal surge de la simiente misma de un religioso, retribución por caer en el pecado de la carne para aquel que debía estar consagrado por completo a Dios.

Otro elemento central en Rings es el estrecho vínculo entre las apariciones fantasmales y diversos tipos de insecto. La explicación apriorísticamente más sencilla aludiría a la corrupción consustancial al concepto de muerte, aunque en realidad estemos ante un recurso muy explotado en el subgénero exorcismos y más bien ligado al diablo. En efecto, cuando los hebreos ya se habían extendido por todo Oriente Medio consideraron demonios toda la cohorte preexistente de dioses paganos. Entre ellos había uno de mayor culto que el resto llamado Baal, al que sus fieles solían dejar animales sacrificados como ofrenda. Los judíos se mofaban de este antiguo dios, ahora considerado como demonio, porque sus templos se hallaban infestados de moscas, así que pasó a ser conocido como Baal Zebûb –Belcebú– o Señor de las moscas. Los cristianos heredaron a Belcebú como uno de sus demonios mayores, llegándolo a confundir incluso con el mismo Satán en textos canónicos. Por contaminación, la simbología romana asumió la figura de la mosca como familiar de lo demoníaco y de ahí su utilización en historias por todos conocidas. Pasado a limpio, aquí se afana un elemento procedente de un tipo concreto de cine (posesión/exorcismos) para injertarlo sin rubor en otro diferente (fantasmas/j-horror) obteniendo un resultado a medias grotesco a medias fascinante. Recordemos ahora el insecto envuelto en un capullo de cabello regurgitado por la protagonista; conforme a lo visto ¿puede existir una consecuencia más evidente de la globalización del terror cinematográfico que esto?

En suma, Rings es una película mediocre, prescindible y que carece de alma o tan siquiera de una exégesis consciente. Para más INRI, el film es poco efectivo explotando los usos del terror, pudiendo asegurar a las claras que apenas generará miedo a los más aprensivos de entre el público, así que figúrense su nulo impacto entre los avezados en este tipo de cine. Pero igualmente me irritan las desproporcionadas críticas adversas emitidas, pues si abrazamos la película como lo que es, una hora y media de entretenimiento sin mayor pretensión, el título de F. Javier Gutiérrez compite en igualdad con multitud de producciones ni de lejos tan maltratadas.
Eso sí… dejemos de una vez que Sadako y su prima yankee obtengan su eterno y merecido descanso en la humedad de sus pozos. Seguramente el Séptimo Arte lo agradezca.
Fuentes
- Texto creado por Antonio Míguez [CoolJapan.es]
- Imágenes aportadas por: Antonio Míguez [CoolJapan.es]