Cabecera Sanja matsuri

Sanja Matsuri, el festival de Asakusa

El tercer fin de semana del pasado mes de mayo tuve la suerte de encontrarme en Tokio. Es en esas fechas cuando se celebra cada año el festival Sanja Matsuri de Asakusa. Este festival, uno de los más importantes de la capital, tiene un origen religioso y lo organizan el templo Senso-ji y los vecinos de Asakusa, principalmente. Durante los casi tres días que dura, se da paso a las escenas religiosas, a los momentos en familia y con amigos, se estrechan lazos con los vecinos festivos y se suceden las demostraciones de fuerza con los o-mikoshi —santuarios portátiles— como protagonistas.

Historia del Sanja Matsuri

Cuenta la leyenda que dos hermanos pescadores, Hamanari y Takenami Hinokuma, encontraron una estatua de Kannon, diosa de la compasión, mientras pescaban con sus redes en el río Sumida el 17 de mayo del año 628. Un influyente vecino, Hajinomatsuchi, decidió ir a su encuentro cuando supo del afortunado hallazgo y les enseñó sobre el budismo. Como resultado, los dos hermanos se convirtieron a esta religión y, con la ayuda de su pudiente vecino, erigieron un santuario para la figura convirtiéndose así en los fundadores del santuario original.

Es a estos tres hombres a quienes se consagraron los tres o-mikoshi originales del barrio de Asakusa. De hecho, el nombre mismo del festival (三社), Sanja o Sanja-sama, significa «tres dioses». Actualmente, son alrededor de nada menos que un centenar de o-mikoshi los que las cuadrillas de vecinos pasean a hombros durante días por las calles del barrio de Asakusa. Se dice que en épocas de epidemias y desesperación se empezaron a pasear estos santuarios por las calles repartiendo prosperidad a quienes no podían acercarse hasta el santuario.

Fotos de Héctor Tortajada de Sanja Matsuri
O-mikoshi o santuario portátil que las cuadrillas transportan a hombros, acompasadas por la música y los gritos de ánimo.

Curiosidades

Como datos interesantes, cabe destacar que durante el desfile inicial es posible ver a geishas y maiko por las calles de Tokio. Más tarde tan solo se las puede ver en espectáculos a los que se acude con entrada. También, el Sanja Matsuri es una de las pocas ocasiones en que los miembros de la yakuza hacen aparición y se suman a los festejos con sus vecinos, exhibiendo ufanos sus tatuajes y participando en algunas demostraciones de fuerza.

Mujeres de la yakuza muestran sus tatuajes a los asistentes. Fotografía cedida por Pierre-Emmanuel Delétrée. Todos los derechos reservados.

También, este es el único momento del año en que los faroles gigantes de Senso-ji se encuentran plegados para permitir el paso de los o-mikoshi que, a mi parecer, pasan muy justos.

La jornada

Me desperté el sábado de buena mañana en el interior de mi cápsula, en un hotel cerca de la estación de metro de Iriya, en el barrio de Taito. Había llegado a Tokio por la noche y me había perdido los desfiles inaugurales del día anterior. Sabía que me iba a encontrar numerosos yatai, o puestecitos de comida, típicos de los festivales, así que reservé mi apetito para desayunar algo por la calle. Me encontraba mucho más cerca de Ueno que de Asakusa, pero no tuve que caminar más de tres calles antes de encontrarme con una muchedumbre animada en una calle que había sido cortada.

Me adentré en el mar de sonrisas y aplausos, admirando las chaquetas happi, típicas de los festivales, de aquella cuadrilla. Había quien llevaba tabi con suela reforzada de goma, había quien vestía happi y pantalones ajustados y también vi a hombres que vestían una suerte de taparrabo, únicamente. Entre los asistentes, muchos llevaban kimono o yukata, más fresco. Reparé en una chica extranjera, como yo, e intercambiamos un saludo alzando la cabeza. Ella estaba tomando fotos y yo comencé a grabar las actuaciones de los niños de la peña. En ese momento bailaban al son de los tambores taiko y las flautas shakuhachi que otros niños tocaban, montados en una carroza. Más tarde comprobé que mientras los adultos dejan descansar su o-mikoshi, los niños imitan paseando su propia versión miniaturizada.

Fotos de Héctor Tortajada de Sanja Matsuri

Cuando acabaron las actuaciones infantiles, la chica a la que había saludado antes se me acercó. Se llamaba Nora, era italiana, y era una de esas almas que habían terminado en Japón sin saber muy bien por qué. Pero pude ver que se sentía tan fascinada e hiperestimulada como yo. Sin más, decidimos que acudiríamos juntos al templo Senso-ji, el epicentro de las celebraciones para empaparnos del ambiente.

Por todas partes circulaban los santuarios portátiles mientras el gentío, cada vez más denso, los jaleaba y animaba. Como decía anteriormente, el sonido de los taiko y las sakuhachi acompaña a las procesiones, pero son los gritos coordinados lo que más llama la atención. En ocasiones, los costaleros aunaban sus cánticos y se venían arriba, soltando una de las manos y elevándola al cielo con los compañeros. La gente aplaudía estos gestos.

Tras probar distintos productos recién hechos de los yatai, Nora y yo compartimos un kakigori, un helado de raspado de hielo con sirope. Estábamos frente al templo principal de Senso-ji, hasta donde llegaban todos los desfiles y las cuadrillas elevaban eufóricas su pesado o-mikoshi. Un sacerdote los purificaba desde la escalinata agitando un ōnusa, una varita con tiras de papel.

Nora y yo decidimos separarnos hasta la noche, no sin antes hacernos una foto con una cuadrilla que descansaba en ese momento. Parece que el hecho de que quisiéramos hacernos fotos con ellos les divirtió y les agradó. Mientras volvía hacia mi hotel, pude comprobar lo agotadora que puede ser esta fiesta para los participantes.

Fotos de Héctor Tortajada de Sanja Matsuri
El esfuerzo sostenido durante horas y, posiblemente, el alcohol dejaban rendidos a los portadores por momentos.

Conclusiones personales

Aquella noche volví y el ambiente era aún más mágico, rodeado de humo y luces e igualmente cargado de energía. Como valenciano, no pude evitar «ver» ciertos paralelismos, salvando las distancias, con la Semana Santa española y con las Fallas de Valencia. Ciertamente, el origen de Sanja Matsuri es religioso y es el fervor de los «costaleros» lo que lo pone en marcha. Sus cuerpos terminan maltrechos y exhaustos pero esperan con devoción el festival del año siguiente.

Por otro lado, es una fiesta familiar, vecinal y de hermandad para todas las edades, como las Fallas. A los rituales y celebraciones siguen largas sobremesas frente a los garajes de las casas donde la mayoría visten las prendas personalizadas de su peña o cuadrilla.

Dejando a un lado estas familiaridades, es lo exótico y desconocido lo que hace de este festival un regalo para los sentidos y la imaginación. Ciertamente, cada vez está más masificado y resulta casi imposible situarse cerca de los desfiles, pero uno siente que está tomando parte de algo único. No por nada se dice que el Sanja es uno de los festivales más «locos» de Japón.

Fotos de Héctor Tortajada de Sanja Matsuri
En Senso-ji, con una cuadrilla de portadores.

Y vosotros, ¿qué decís? ¿Os esperan allí el año próximo?


Fuentes:

Acerca Héctor Tortajada

Héctor Tortajada Bernal (Valencia, 1989) estudió Traducción e Interpretación en la Universitat Autònoma de Barcelona. Desde 2013 trabaja como traductor, sobre todo en proyectos relacionados con la traducción literaria. Su faceta «videojuerguista» también le ha llevado a trabajar como tester lingüístico en Electronic Arts desde 2014. En 2012 colaboró con el programa Seyanen! de la cadena japonesa MBS para cubrir la noticia sobre la restauración del Ecce Homo de Borja (Zaragoza). Ese mismo año colaboró como voluntario en la Japan Week de Valencia, organizada por la IFF y el ayuntamiento de la ciudad. Entre sus aficiones se cuentan la lectura, el cine, las series, el estudio de la filosofía y las culturas extranjeras y, cómo no, los videojuegos.

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