Como cada otoño, Tokio se viste de cine acogiendo sus dos principales certámenes cinematográficos. Este año, sin embargo, todo ha sido diferente. El principal factor que ha venido a cambiarlo todo, cómo no, ha sido la actual situación sanitaria global. Pero no ha sido lo único a tener en cuenta. Como en ocasiones anteriores, hemos acudido al Tokyo International Film Festival para acercároslo desde este espacio. También anteriormente os hemos hablado aquí sobre Tokyo FilmEX. En la relación entre ambos festivales está en el meollo de la cuestión.
TIFF 2020, una alianza estratégica
Contábamos en su momento que FilmEX es el festival de carácter independiente y ambición artística, frente a un TIFF de mayor envergadura presupuestaria y vocación comercial. Esto generaba un cierto desequilibrio en las valoraciones de los cronistas más especializados. En las preferencias del ambiente más cinéphile —así, afrancesando la expresión—, el certamen chico se come al grande en interés y atención. Esto ha sido continuo motivo de frustración para un TIFF, clasificado por la FIAPF con la etiqueta de clase A, que no alcanza el impacto que detenta su competidor Busan (BIFF), pese a estar un escalón por debajo en esa clasificación.
Con el certamen coreano a inicios de octubre, programar el TIFF a finales del mismo mes pareciera una apuesta segura de recabar parte de la cobertura internacional desplazada a la vecina península. Y sin embargo, era FilmEX, habitualmente a mediados de noviembre, quien se llevaba el gato al agua. Pero claro, varias semanas de decalaje pesaban. La representación de cronistas foráneos se aventuraba magra par lo que podía ser.
Que ambos eventos tokiotas uniesen fuerzas parecía una estrategia inevitable. Con la relación entre Cannes y la Quinzaine des Réalisateurs, una sección paralela e independiente del propio festival nodriza, como modelo de éxito, se venía especulando desde hace años con alguna forma de colaboración.
Esa largamente anticipada alianza se ha materializado este curso, acelerado tal vez el proceso por el descalabro general en el que nuestro común e invisible enemigo nos tiene sumidos. El sorpresivo anuncio de coincidencia de fechas y conjunción de sinergias, apenas un par de meses antes de la fecha de inicio, así parece indicarlo.
Otro indicio parece ser la falta de coordinación real entre los dos certámenes. Para empezar, la acreditación de prensa se realizaba de forma totalmente desconectada (lo que nos dejó fuera de FilmEX). Además, en la ya consolidada sede de Roppongi Hills, donde el TIFF lleva años celebrándose, no era posible encontrar algún programa de mano, ni tan solo un póster anunciando que tan solo cuatro estaciones de metro nos separaban las pantallas del FilmEX. Detalles que sin duda debemos a la premura del tiempo y posiblemente se enmendaran en las próximas ediciones.
Un festival en la era covid
Con los vientos que corren, más aun viendo lo que ocurría en festivales de otras latitudes, sorprendió la apuesta del TIFF por la presencialidad. Ha resultado curioso que no se programase ni una sola proyección en línea. Curiosamente, cuando es algo que venía ocurriendo en las ediciones más recientes, ni siquiera se concertó un catálogo online para uso de la prensa acreditada. Eso, además de una sorpresa, supuso un hándicap adicional para este que escribe. Me consta que en el gremio no soy el único que no tiene plena dedicación, con la consecuente y adecuada remuneración, por lo que la cobertura solo ha podido ser parcial para muchas de las plumas habituales en Roppongi. En tiempos de reclusión y trabajo a distancia, cuadrar la agenda para acercarse al EX Theater o a las salas Toho, con las distancias que impone una urbe de estas dimensiones, limitó en extremo las opciones de asistir a todas las proyecciones deseadas. Una situación agravada por el alargamiento de los horarios debido al protocolo ante los contagios.
El procedimiento, como podéis imaginar, incluía testado de temperatura e hidrogel obligatorio a la entrada, distanciamiento entre localidades, mascarilla obligatoria. Y colas. Entradas y salidas organizadas y escalonadas, generando indeseadas colas y esperas. La necesidad de acudir con una antelación más que prudencial para garantizar el acceso a la sala no ayudó precisamente a abrir el abanico de proyecciones asequibles.

Un podio exiguo
La estructura habitual de secciones no se vio sustancialmente reducida. Sí quedó mutilada, de facto eliminada, la sección de competición oficial. La dimensión internacional del festival se vio comprometida por el contexto que vivimos. Con la producción en suspenso y la distribución virando de urgencia a canales online, no debió ser fácil recopilar un volumen de cintas adecuado y con el nivel exigible. No olvidemos que, por lo general, plataformas como la ubicua Netflix exigen una exclusividad que se rubrica en los contratos.
El resultado fue una programación mucho más local de lo acostumbrado. Intuimos, además, que de menor vuelo artístico. Sumemos a eso la dificultad de reunir un jurado internacional.
Así, la dotación de premios quedó reducida a un galardón único. No hubo más jurado que el público, y el premio de aclamación popular fue el único que se mantuvo. Y como ocurriese tres años antes, fue la directora Akiko Ōku quien recabase las simpatías del respetable. De nuevo, como hiciese con Mayu Matsuoka al frente de la destacable Tremble All You Want, lo logró con un enredo romántico en tono de comedia, desde el prisma de una carismática protagonista. Una vez más, una actriz que mereciera mayor consideración mediática como es la nunca bien ponderada Non.
Intuyendo el posible triunfo final, y con las ganas de ver si la actriz protagonista seguía confirmando su solvente trayectoria, codiciaba poder contar aquí mis impresiones de Hold Me Back. Por motivos ya detallados, me tengo que conformar con reproducir lo que me comentan: que el éxito de esta cinta no se puede etiquetar de injusto. Esperaremos una mejor ocasión para comprobarlo. Nos quedamos con los tres únicos títulos de producción nipona que alcanzamos a ver. Los presentamos, a mi criterio, en orden progresivo de interés.
Buscando (sin encontrarla) la magia de Doremi
Recreando, en su vigésimo aniversario, la exitosa serie animada de Asahi TV, Looking for Magical Doremi apela a los fans, esencialmente femeninos y ahora rondando la treintena, de Magical Doremi. Una película hermosamente dibujada pero que no logró atraparme. La historia de autorrealización de tres mujeres jóvenes en busca de su encaje social e individual se me hizo demasiado obvia. La ausencia de sorpresas se replicaba en la realización. Buscando romper la monotonía con profusión de rupturas estilísticas, contradictoriamente, contribuye a una sensación plana. El exceso de trucos resulta en el efecto contrario al buscado. No debe ser fácil entregar el producto que los fans esperan (y los que lo financian exigen) y a la vez nutrirlo de novedades y despojarlo de lugares comunes.
Runway: En la pista de despegue
Con Runway, su escritor y director Norichika Oba, pretendía ofrecer un relato de vidas cruzadas y dramáticos giros argumentales. Lo logra a medias y la película no decae en interés, pero las situaciones se amasan tanto que buena parte de las sorpresas se diluyen con demasiada facilidad en intuiciones anticipadas. No llega a satisfacer las expectativas que abre, pero la cinta tiene sus momentos y está filmada con buen gusto. Se trata de un apreciable intento de presentar una narración alejada de los códigos más comerciales sin tratar de ahuyentar con ello a un público amplio. No logra ser una gran película, pero si ofrecer algunas soluciones visuales atractivas y un puñado de buenas interpretaciones.

Mr.Suzuki -A Man In God’s Country-
Cerramos la terna con otro título que tampoco logra brillar como una película totalmente lograda, pero que presenta una propuesta original y valiente. Se trata de un relato distópico enmarcado en un país ficticio (¿ficticio?) regido por un dictador, que se hace considerar como dios viviente, de imagen tan ridícula como forzadamente venerada. No menos ridículas son las ubicuas consignas nacionalistas, que proclaman la belleza del país y sus habitantes como valor supremo. Una belleza desmentida en todos y cada uno de los planos. Destacable trabajo de dirección artística. Oficialmente, el único problema del país es el egoísmo de aquellos jóvenes que no contraen matrimonio para consagrarse a la creación de bellas familias y la procreación de bellos vástagos. Digo jóvenes porque el matrimonio es inevitablemente cosa de dos, pero el pecado de no engendrar acaba pesando en los hombros de las mujeres. Una de ellas, una soltera entrada ya en la cuarentena (hablamos ahora de edad y no de afecciones víricas), es la protagonista de esta pesadilla visual.
La resolución de Mr. Suzuki -A Man In God’s Country-, con todo y sus defectos, ofrece el desasosiego preciso que requiere esta oscura alegoría sociopolítica. El filme coge el toro por los cuernos y esa valentía pesa más, a mi juicio, que la falta de sutileza al presentar una temática que no es fácil de afrontar en un contexto de producción como el del Japón actual. No son muchos los que se atreven y no han debido ser muchos los apoyos que haya encontrado esta producción en su camino. Solo por eso se gana mi gesto de asentimiento cómplice.

Fuentes:
- Texto creado por: José Montaño (Cooljapan.es)
- Imagenes propiedad de: José Montaño (Cooljapan.es)