Silencio, la afamada novela de Endō Shukaku, ya fue llevada a la gran pantalla en 1971 a manos de Masahiro Shinoda, director de la psicodélica obra maestra Himiko. Sin ser nada muy destacable, la película transmitía en parte las sensaciones del original literario pese a omitir algunos puntos irrelevantes. Pues bien, desde el pasado 6 de enero podemos visionar una nueva reescritura de la historia gracias a Martin Scorsese, y en este caso sin ápice alguno de variantes respecto al texto primigenio.
Ahora bien, ¿lo anterior es algo positivo o más bien todo lo contrario?
El difícil trasvase entre Literatura y Cine
El debate existe desde que conviven ambas formas de expresión artística. El factor relevante es que, en la mayoría de las ocasiones, si alguien acude al cine habiendo leído antes la versión en papel, cualquier alteración del film será tomada como una negligencia. Recuerdo grabado a fuego cómo el día del estreno de El señor de los anillos: La comunidad del anillo (The Fellowship of the Ring, 2001), tuve al lado de mi butaca un fan que consultaba el libro a tiempo real para estimar la fidelidad de la adaptación de Peter Jackson. Él, enjuto y de tono cetrino, ataviado con chupa de cuero y una camiseta descolorida de Blind Guardian, levantaba la mirada hacia la pantalla, cerraba los ojos y hablaba consigo mismo, para finalmente emprender una angustiosa búsqueda entre las páginas de su libro que solo concluía cuando afirmaba o negaba con la cabeza. Y todo ello en la casi absoluta penumbra de una sala de cine. Al acabar la proyección no pude evitar preguntarle cuál era su impresión final, a lo que me respondió: «me ha encantado en general, pero no puedo perdonar la ausencia de Tom Bombadil».
Para quien no haya leído la obra tolkieniana, Tom Bombadil ayuda eventualmente a los hobbits entre su salida de la Comarca y la llegada a la aldea de Bree. Es muy popular entre el núcleo duro de seguidores porque parece ser la encarnación de un dios, quizá Ilúvatar, y de ahí que estos se rasgasen las vestiduras ante su ausencia. Igualmente, Peter Jackson tuvo a bien prescindir de Bombadil preocupado por equilibrar el ritmo cinematográfico, e incapaz de permitirse un episodio tan calmo recién comenzado el viaje de los pequeños héroes. ¿El precio? Descartar a un personaje que ya nunca volvería a aparecer en la trilogía o el ahorro de unos diez minutos muy valiosos para aligerar el ya de por sí largo metraje final.
Leamos a continuación este fragmento de la carta nº 144 que J.R.R. Tolkien escribió a Naomi Mitcheson, el 25 de abril de 1954:
Para la narrativa, Tom Bombadil no es un personaje importante. Supongo que tiene cierto interés como comentario al pie. O sea, en realidad yo no suelo escribir de esta manera: es solamente una invención (que apareció por primera vez en la Oxford Magazine allá por 1933), y representa algo que siento es significativo, aunque no estoy preparado para analizar dicho sentimiento con exactitud.
(Traducción propia)
En suma, Bombadil, dicho por el mismo autor, es más un sentimiento especial que una condición indispensable para la historia. Por tanto, es de sentido común que Jackson tomara la decisión que tomó en su momento. Pero imagínense por un instante qué hubiera pasado si el director de Bad Taste introduce no solo a Tom Bombadil, sino también a otros personajes olvidados como Glorfindel, o yendo más allá, hubiese mantenido el epílogo en el que Saruman dominaba la Comarca. Pues lo mismo que ha ocurrido, a grandes rasgos, con la película Silencio de Martin Scorsese: un respeto tan reverencial al texto matriz que termina por acartonar la adaptación fílmica.

Los acontecimientos contados en la novela de Endō tienen como marco la evangelización asiática. A oídos de Sebastián Rodrigues y Francisco Garrpe, los dos protagonistas principales, llega la noticia de la apostasía de su mentor, el padre Cristóbal Ferreira, quien venía desempeñando su apostolado en Japón. Tan incapaces de creer aquella noticia como preocupados por el incierto destino de su maestro, ambos jóvenes emprenden un viaje hasta las islas del sol naciente pasando por África, Goa y Macao, con el claro objetivo de encontrar a Ferreira y evangelizar el archipiélago. Durante su periplo irán explorando los límites de la fe, exigidos por un terrible bakufu de Tokugawa que proscribía el cristianismo, al tiempo que se cuestionan si existe vanidad personal en la persecución del martirio.
Ya lo apuntó Joseph Campbell en su Héroe de mil caras, casi cualquier aventura independientemente de su plataforma dispone de la prueba difícil o dramática; ahí tenemos la lucha contra el dragón en la novela de caballería, el enfrentamiento entre Deckard y el replicante Roy en Blade Runner, el de Luke Skywalker y Darth Vader en Star Wars, o la defenestración del Anillo Único en el Monte del Destino para la épica tolkieniana. El caso de Silencio no es distinto, y al personaje interpretado por Andrew Garfield se le presenta un reto de fe que, tras su resolución, concluye el agón dramático. Endō decidió estirar su relato mediante un epílogo con el objetivo de explicar hasta el fin el recorrido del padre Rodrigues. Nosotros pensamos que este anexo es totalmente anticlimático, constituyendo uno de los puntos más vulnerables de la novela. Ahora bien, estamos hablando de literatura, una forma de expresión con códigos y leyes que estiman la sobreinformación por encima de un ritmo ágil o coherente.

El inquisidor Inoue comentaba durante el desarrollo de la historia que el cristianismo era como un árbol que podía crecer en algunos terrenos pero pudrirse en otros, metáfora usada para explicar por qué la palabra de Cristo no arraigaba en Japón. Extrapolando, al injertar sin varianzas una descripción literaria a la gran pantalla ocurre exactamente lo mismo, pues lo que funcionaba en un formato suele fallar con estrépito en el otro. A lo largo de la película se suceden abruptos cambios de plano donde se ansía resaltar visualmente hasta los mínimos detalles plasmados por Endō en su novela, condicionando el desarrollo cinematográfico y restándole espontaneidad o frescura al montaje. Por si fuera poco, Scorsese apuesta por introducir ese final abúlico y desapasionado del que hablábamos más arriba, incurriendo en un error tan grave que consiguió algo no visto por mí desde el estreno de Anticristo (Lars von Trier, 2009): echar a algunos espectadores de la sala incluso antes de finalizar la proyección.

Cerrando el círculo, ojalá este artículo logre hacer reflexionar a los lacerados por el escrúpulo de la infidelidad argumental, sinrazón producto del amor desmedido hacia una obra que, paradójicamente, nos hace celosos e inflexibles, también incapaces, en suma, de entender hasta el más sencillo de los dogmas: la Literatura y el Cine fluyen usando lenguajes diferentes.
Fuentes:
- Textos creado por Antonio Míguez [CoolJapan.es]
- Imágenes extraídas de: Pinterest y elaboración propia.